El Santo Padre prosigue con las catequesis sobre la esperanza, partiendo de la narración evangélica de Emaús
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Después de la audiencia que el papa Francisco tuvo con el presidente Ronald Trump, fue a la Plaza de San Pedro para la audiencia general de los miércoles
El Pontífice llegó en jeep descubierto y cruzó los diversos pasillos de la plaza saludando a los presentes, que le aguardaban agitando pañuelos, y con diversas expresiones de cariño.
En sus palabras en español el Papa señaló que “la lectura del Evangelio de san Lucas que hemos escuchado nos narra la experiencia de los dos discípulos que, después de la muerte de Jesús en el Calvario, huyen de Jerusalén sin esperanza, desilusionados y llenos de amargura por la derrota del Maestro, hacia la tranquilidad de Emaús. En ese caminar hacia su aldea, mientras conversan con paso triste y desesperanzado, se les une un desconocido”.
“Los ojos de ellos, velados aún por el fracaso de sus expectativas humanas, no reconocen que es Jesús. El Señor camina con ellos, y aunque conoce el motivo de su desilusión, no se impone, sino pregunta y escucha” explicó el Pontífice.
“Comienza su «terapia de la esperanza» –señaló el Papa– y les deja el tiempo necesario para que hagan un recorrido interior y lleguen al fondo de su amargura. Y ellos pronuncian aquellas palabras: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel», que trasudan tristeza, decepción, derrota, y que son un retrato de la existencia humana que nos es común”.
“Jesús camina, de manera discreta, junto a todas las personas desalentadas, y logra darles de nuevo la esperanza. Como a los discípulos de Emaús, él habla a través de las Escrituras, manifestando cómo la verdadera esperanza pasa por el fracaso y el sufrimiento”.
“Y al final del camino cumplido en su compañía, Jesús se hace reconocer en la Fracción del pan, gesto fundamental de la Eucaristía, don de su amor total, de donde brota la vida de la Iglesia y del cristiano”.
El sucesor de Pedro saludó al final de sus palabras “a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica”.
“Que Jesús resucitado nos conceda –concluyó el Papa– descubrirlo presente y vivo en su Iglesia donde, saliendo a nuestro encuentro y caminando junto a cada uno, nos conduce con su amor infalible y su presencia vivificante por el camino de la esperanza”.
Sergio Mora
Imagen: Audiencia en la Plaza de San Pedro
24 de mayo de 2017
Siria, Tierra Santa, Oriente Medio: ‘Solo el Resucitado puede reavivar la llama de la esperanza”
La audiencia general en la plaza de San Pedro
En la Audiencia General Francisco señaló que muchos con el corazón desgarrado por guerras viven la necesidad de encontrar a Jesús
“Saludo cordialmente a los peregrinos de idioma árabe, en particular a los provenientes de Siria, Tierra Santa y Oriente Medio”, dijo el papa Francisco en italiano, lo que fue traducido inmediatamente por su secretario egipcio, Mons. Yoannis Lahzi Gaid, durante la audiencia en la plaza de San Pedro.
“Hoy, tantas personas –prosiguió el Papa– viven la experiencia de los dos discípulos de Emaús, con el corazón desgarrado por guerras y desilusiones: viven la necesidad de encontrar a Jesús y de ser encontrados por Él”.
Y a continuación el Santo Padre indicó el motivo de la esperanza cristiana: “ En realidad, sólo el Resucitado puede reavivar, en ellos y en la humanidad desilusionada, la llama de la esperanza que nunca defrauda”. “Que el Señor los bendiga a todos y los proteja del maligno”, concluyó el Papa.
Anita Bourdin
María Auxiliadora: el Papa la recuerda durante la audiencia
El Coro Pontificio de la Capilla Sixtina
canta a los pies de María Auxiliadora
(Foto ZENIT cc)
Invitó a invocarla en los momentos difíciles de la vida, cuando no se sabe qué hacer
El sucesor de Pedro al saludar a los polacos, reiteró su exhortación a buscar y confiar siempre en el amparo de la Madre de Dios:
“Todo hombre, en los momentos difíciles de la vida, se siente perdido y no sabe qué hacer. Necesitamos el apoyo de alguien, una ayuda, un consejo, sobre todo en ámbito espiritual”, indicó el Santo Padre.
Precisó que “la memoria de la Bienaventurada Virgen María Auxiliadora, que recordamos hoy nos hace tomar conciencia de la grandeza del don de la protección de la Madre del Hijo de Dios sobre cada uno de nosotros”.
Y el Papa exhortó: “Encomendemos precisamente a Ella nuestra vida. Cuando estemos en duda invoquemos sin cesar su amparo: ¡María Auxiliadora intercede por nosotros! ¡Alabado sea Jesucristo!”.
Y llevó su mirada a China, donde veneran a María como auxilio con la advocación de “Nuestra Señora de Sheshan” y recordó que es la Jornada de Oración por laIglesia en China:
«Hoy quiero saludar también en especial a los peregrinos de Hong Kong en el día de la Virgen de Sheshan, que ella los proteja».
La Virgen María auxilio de los cristianos estuvo presente también en las palabras del Papa en su saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados:
«Hoy celebramos la memoria de María Auxiliadora, auxilio de los cristianos. Queridos jóvenes, aprendan a amar siguiendo la escuela de la Madre de Jesús; queridos enfermos, en el sufrimiento rueguen la celestial intercesión de la Virgen Santa con el rezo del Rosario; y ustedes, queridos recién casados, al igual que la Virgen, sepan escuchar siempre la voluntad de Dios sobre vuestra familia»
Sergio Mora
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco del 24 de mayo de 2017
Audiencia general (Osservatore @ Romano)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el Evangelio de Lucas. Imaginemos la escena: dos hombres caminaban decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así.
Los dos peregrinos cultivaban sólo una esperanza humana, que ahora se hacía pedazos. Esa cruz erguida en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si de verdad ese Jesús era según el corazón de Dios, deberían concluir que Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal.
Por ello en la mañana de ese domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En sus ojos todavía están los sucesos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso desvelarse de esos acontecimientos, durante el obligado descanso del sábado. Esa fiesta de la Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, en cambio se había convertido en el día más doloroso de sus vidas. Dejan Jerusalén para ir a otra parte, a un poblado tranquilo. Tienen todo el aspecto de personas intencionadas a quitar un recuerdo que duele. Entonces están por la calle y caminan. Tristes. Este escenario –la calle– había sido importante en las narraciones de los evangelios; ahora se convertirá aún más, desde el momento en el cual se comienza a narrar la historia de la Iglesia.
El encuentro de Jesús con esos dos discípulos parece ser del todo casual: se parece a uno de los tantos cruces que suceden en la vida. Los dos discípulos caminan pensativos y un desconocido se les une. Es Jesús; pero sus ojos no están en grado de reconocerlo. Y entonces Jesús comienza su “terapia de la esperanza”. Y esto que sucede en este camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús.
Sobre todo pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios entrometido. Aunque si conoce ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en profundidad la amargura que los ha envuelto. El resultado es una confesión que es un estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos, pero Nosotros esperábamos, pero …».
¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad y luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados. Pero Jesús camina: Jesús camina con todas las personas desconsoladas que proceden con la cabeza agachada. Y caminando con ellos de manera discreta, logra dar esperanza.
Jesús les habla sobre todo a través de las Escrituras. Quien toma en la mano el libro de Dios no encontrará historias de heroísmo fácil, tempestivas campañas de conquista. La verdadera esperanza no es jamás a poco precio: pasa siempre a través de la derrota.
La esperanza de quien no sufre, tal vez no es ni siquiera eso. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un líder que conduce a la victoria a su pueblo aplastando en la sangre a sus adversarios. Nuestro Dios es lámpara suave que arde en un día frío y con viento, y por cuanto parezca frágil su presencia en este mundo, Él ha escogido el lugar que todos despreciamos.
Luego Jesús repite para los dos discípulos el gesto central de toda Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da. ¿En esta serie de gestos, no está quizás toda la historia de Jesús? ¿Y no está, en cada Eucaristía, también el signo de qué cosa debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos bendice, “parte” nuestra vida, porque no hay amor sin sacrificio, y la ofrece a los demás, la ofrece a todos.
Es un encuentro rápido, el de Jesús con los discípulos de Emaús. Pero en ello está todo el destino de la Iglesia. Nos narra que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudad fortificada, sino camina en su ambiente más vital, es decir la calle. Y ahí encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes. La Iglesia escucha las historias de todos, como emergen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final.
Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza. Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin horizonte, sólo con un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos esperanza, para encender nuestro corazón y decir: “Ve adelante, yo estoy contigo. Ve adelante”
El secreto del camino que conduce a Emaús es todo esto: también a través de las apariencias contrarias, nosotros continuamos a ser amados, y Dios no dejará jamás de querernos mucho. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, incluso en los momentos más dolorosos, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota: allí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza: vamos adelante con esta esperanza, porque Él está junto a nosotros caminando con nosotros. Siempre.