El Airbus 321 de Alitalia llega después de 3,15 hora de vuelo
(ZENIT – Roma).- El papa Francisco fue el viernes 28 por la mañana al aeropuerto Leonardo da Vinci, en Fiumicino, a las 10:40. Allí saludó a diversas autoridades y partió rumbo a El Cairo, en el vuelo AZ400 del Aribus 321 de Alitalia, que despegó a las 11:05, en su 18º viaje internacional y hacia el 27º país visitado.
Un viaje que tiene tres motivos: “una dimensión pastoral con la comunidad católica aunque pequeña; una dimensión ecuménica con los cristianos coptos ortodoxos; y una interreligiosa con los musulmanes”, indicó el portavoz Greg Burke al explicar el viaje a la prensa.
El Pontífice ha sido invitado por el presidente Abdelfatah Al-Sisi, por el papa copto Tawadros II, por los obispos locales y por la universidad de Al-Azhar.
En sus desplazamientos en El Cairo el Santo Padre utilizará un auto normal, no descapotado. Los efectivos de seguridad del Vaticano son los mismos que en otros viajes.
Viajan en el avión de Alitalia, además del Santo Padre, el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano; los cardenales Leonardo Sandri y Kurt Koch, del Pontificio Consejo para las Iglesias orientales y de Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos respectivamente. También el nuncio apostólico en Egipto, Bruno Musaró, y el interprete que es el secretario del Papa y oficial de la Secretaría de estado, Yoannis Lahzi Gaid. Además de la comitiva de unos 70 periodistas.
El Papa tendrá en total cinco discursos. El más importante en la Universidad de Al-Azhar, en la Conferencia Internacional por la Paz, hoy viernes por la tarde, en el que invitará al diálogo y a no instrumentalizar la religión para usar la violencia. Allí están reunidos unos 200 líderes religiosos mundiales, y se espera favorezca el diálogo entre las diversas corrientes del mundo musulmán.
Imagen: El Papa sube al avión que le lleva a Egipto
(Osservatore © Romano)
El Santo Padre llega al aeropuerto de El Cairo
El Santo Padre desciende del airbus en el aeropuerto de El Cairo
Desde el aeropuerto se traslada en un auto normal al palacio presidencial, en el avión saludó a los periodistas
El vuelo AZ 400 de Alitalia que lleva al papa Francisco, que partió de Roma a las 11:05 de la mañana, recorrió 2 350 km y sobrevoló Italia, Grecia y Egipto. Llegó al Aeropuerto Internacional del El Cairo, de la compañía de bandera Egypt Air, a las 14:05
En el avión el Pontífice saludó brevemente a los periodistas y le agradeció por el trabajo en este viaje de “unidad y hermandad”.
‘La cobertura que darán, dijo el Papa, ayudará a mucha gente a saber de que se habló, porque hay gente que nos sigue. Este viaje tiene una expectativa especial porque hecho por el presidente por el patriarca Tawadros II, por el patriarca católico copto y por el gran imam de Al-Azhar. Es un viaje de unidad y de hermandad. Les agradezco por vuestro trabajo porque en estos casi dos días será muy intensoi. Los saludó después uno a uno.
Este aeropuerto situado unos 15 kilómetros al noreste de El Cairo, nació como base estadounidense de apoyo, en la II Guerra mundial.
Aquí el Santo Padre es recibido delante del embarque presidencial, por el nuncio apostólico Bruno Musaró, el jefe de protocolo de la presidencia y acompañado por un ministro delegado del presidente hasta el automóvil.
Hacen parte de la comitiva que acompaña al Pontífice, su beatitud Ibrahim Sedrak, patriarca copto católico de Alejandría, el nuncio apostólico y el obispo de Luxor, Emanuel Bishay. Presente también el único cardenal de Egipto, Antonio Naguib, muy anciano y enfermo.
El Pontífice es recibido en el palacio presidencial
El presidente Abdel-Fattah Al-Sisi,
le recibe en el palacio Qars al-Orouba
Procedente desde el aeropuerto de El Cairo, a 9 km de distancia, el santo padre Francisco ha sido recibido en el palacio presidencial en el barrio de Heliópolis. En el palacio Qars al-Orouba, que en las dos guerras mundiales fue utilizado como hospital y posteriormente también como hotel, hoy es uno de los tres palacios presidenciales de Egipto.
El presidente Abdel-Fattah Al-Sisi, militar de 62 años, salió a su encuentro. Después de los himnos y honores militares entraron el el edificio, en donde el presidente saludó a la delegación vaticana. Después fue la conversación privada , seguida por un intercambio de dones.
El regalo del Papa es una medalla que representa la fuga de la Sagrada Familia a Egipto. En el fondo se ven elementos característicos del país: palmas, pirámides y sobre el lado derecho El Nilo. La obra de Daniela Longo se inspira en una ícono copto.
El Papa llega a la Universidad de Al-Azhar
Al Azhar es el principal punto de referencia de la mayoría mundo islámico
El papa Francisco llegó a la Universidad de Al-Azar en donde concluye hoy el ‘Global Peace Conference‘, con la participación de unos 200 líderes religiosos del mundo.
En el Conference center, a unos 8 kilómetros del Palacio presidencia, el Santo Padre tuvo un discurso en la conferencia internacional sobre la paz.
Después de las palabras del gran imam de la Universidad de Al-Azhar, Ahmed Al Tayyeb, el papa Francisco de dirigió a un auditorio con una platea con gran diversidad de vestidos y hábitos y sobre todo de personas de religión islámica de diversas corrientes.
El Santo Padre inició con las palabras ¡Al Salamò Alaikum!, La paz sea con vosotros. Recordó que la diversidad es un don, que no se trata de fingir para agradar a los otros pero de respetarlos en su identidad. Invitó a eliminar las justificaciones a la violencia, porque la violencia es la negación de la auténtica religiosidad. Y que como responsables religiosos es necesario desenmascarar la violencia y las violaciones. Porque Dios es santo y es Dios de paz. Solo la paz es santa y ninguna violencia puede ser realizada en nombre de Dios. El Papa fue aplaudido diversas veces durante sus palabras.
La mezquita de Al-Azhar es las más importantes del mundo islámico. Fundada en el año 970, después se volvió un importante centro de instrucción religiosa y hoy es una universidad con más de 300 mil inscritos de todos los países del mundo.
El papa Francisco es el segundo pontífice que encuentra a un gran imán de Al-Azhar, después de que san Juan Pablo II tuvo un encuentro el 24 de febrero del 2000, con Muhammad Sayyid Tantawi.
A partir de allí se instituyó un comité mixto para el dialogo, creado por Al-Azhar con las religiones monoteístas, y con el Consejo pontificio para le diálogo interreligioso.
Texto completo de las palabras del papa Francisco en la Universidad de Al-Azhar
En Al Azhar
Un discurso aplaudido diversas veces por el principal auditorio del mundo islámico
“Al Salamò Alaikum! (La paz sea con vosotros).
Es para mí un gran regalo estar aquí, en este lugar, y comenzar mi visita a Egipto encontrándome con vosotros en el ámbito de esta Conferencia Internacional para la Paz.
Agradezco al Gran Imán por haberla proyectado y organizado, y por su amabilidad al invitarme. Quisiera compartir algunas reflexiones, tomándolas de la gloriosa historia de esta tierra, que a lo largo de los siglos se ha manifestado al mundo como tierra de civilización y tierra de alianzas.
Tierra de civilización. Desde la antigüedad, la civilización que surgió en las orillas del Nilo ha sido sinónimo de cultura. En Egipto ha brillado la luz del conocimiento, que ha hecho germinar un patrimonio cultural de valor inestimable, hecho de sabiduría e ingenio, de adquisiciones matemáticas y astronómicas, de admirables figuras arquitectónicas y artísticas. La búsqueda del conocimiento y la importancia de la educación han sido iniciativas que los antiguos habitantes de esta tierra han llevado a cabo produciendo un gran progreso. Se trata de iniciativas necesarias también para el futuro, iniciativas de paz y por la paz, porque no habrá paz sin una adecuada educación de las jóvenes generaciones.
Y no habrá una adecuada educación para los jóvenes de hoy si la formación que se les ofrece no es conforme a la naturaleza del hombre, que es un ser abierto y relacional.
La educación se convierte de hecho en sabiduría de vida cuando consigue que el hombre, en contacto con Aquel que lo trasciende y con cuanto lo rodea, saque lo mejor de sí mismo, adquiriendo una identidad no replegada sobre sí misma. La sabiduría busca al otro, superando la tentación de endurecerse y encerrarse; abierta y en movimiento, humilde y escudriñadora al mismo tiempo, sabe valorizar el pasado y hacerlo dialogar con el presente, sin renunciar a una adecuada hermenéutica.
Esta sabiduría favorece un futuro en el que no se busca la prevalencia de la propia parte, sino que se mira al otro como parte integral de sí mismo; no deja, en el presente, de identificar oportunidades de encuentro y de intercambio; del pasado, aprende que del mal sólo viene el mal y de la violencia sólo la violencia, en una espiral que termina aislando. Esta sabiduría, rechazando toda ansia de injusticia, se centra en la dignidad del hombre, valioso a los ojos de Dios, y en una ética que sea digna del hombre, rechazando el miedo al otro y el temor de conocer a través de los medios con los que el Creador lo ha dotado.1
Precisamente en el campo del diálogo, especialmente interreligioso, estamos llamados a caminar juntos con la convicción de que el futuro de todos depende también del encuentro entre religiones y culturas. En este sentido, el trabajo del Comité mixto para el Diálogo entre el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y el Comité de Al-Azhar para el Diálogo representa un ejemplo concreto y alentador. El diálogo puede ser favorecido si se conjugan bien tres indicaciones fundamentales: el deber de la identidad, la valentía de la alteridad y la sinceridad de las intenciones.
El deber de la identidad, porque no se puede entablar un diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente, cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición en cooperación.
Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad.
En este desafío de civilización tan urgente y emocionante, cristianos y musulmanes, y todos los creyentes, estamos llamados a ofrecer nuestra aportación: «Vivimos bajo el sol de un único Dios misericordioso. […] Así, en el verdadero sentido podemos llamarnos, los unos a los otros, hermanos y hermanas […], porque sin Dios la vida del hombre sería como el cielo sin el sol».2
Salga pues el sol de una renovada hermandad en el nombre de Dios; y de esta tierra, acariciada por el sol, despunte el alba de una civilización de la paz y del encuentro. Que san Francisco de Asís, que hace ocho siglos vino a Egipto y se encontró con el Sultán Malik al Kamil, interceda por esta intención.
Tierra de alianzas. Egipto no sólo ha visto amanecer el sol de la sabiduría, sino que su tierra ha sido también iluminada por la luz multicolor de las religiones. Aquí, a lo largo de los siglos, las diferencias de religión han constituido «una forma de enriquecimiento mutuo del servicio a la única comunidad nacional».3
Creencias religiosas diferentes se han encontrado y culturas diversas se han mezclado sin confundirse, reconociendo la importancia de aliarse para el bien común. Alianzas de este tipo son cada vez más urgentes en la actualidad. Para hablar de ello, me gustaría utilizar como símbolo el «Monte de la Alianza» que se yergue en esta tierra.
El Sinaí nos recuerda, en primer lugar, que una verdadera alianza en la tierra no puede prescindir del Cielo, que la humanidad no puede pretender encontrar la paz excluyendo a Dios de su horizonte, ni tampoco puede tratar de subir la montaña para apoderarse de Dios (cf. Ex 19,12).
Se trata de un mensaje muy actual, frente a esa peligrosa paradoja que persiste en nuestros días, según la cual por un lado se tiende a reducir la religión a la esfera privada, sin reconocerla como una dimensión constitutiva del ser humano y de la sociedad y, por el otro, se confunden la esfera religiosa y la política sin distinguirlas adecuadamente.
Existe el riesgo de que la religión acabe siendo absorbida por la gestión de los asuntos temporales y se deje seducir por el atractivo de los poderes mundanos que en realidad sólo quieren instrumentalizarla. En un mundo en el que se han globalizado muchos instrumentos técnicos útiles, pero también la indiferencia y la negligencia, y que corre a una velocidad frenética, difícil de sostener, se percibe la nostalgia de las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida, que las religiones saben promover y que suscitan la evocación de los propios orígenes: la vocación del hombre, que no ha sido creado para consumirse en la precariedad de los asuntos terrenales sino para encaminarse hacia el Absoluto al que tiende.
Por estas razones, sobre todo hoy, la religión no es un problema sino parte de la solución: contra la tentación de acomodarse en una vida sin relieve, donde todo comienza y termina en esta tierra, nos recuerda que es necesario elevar el ánimo hacia lo Alto para aprender a construir la ciudad de los hombres.
En este sentido, volviendo con la mente al Monte Sinaí, quisiera referirme a los mandamientos que se promulgaron allí antes de ser escritos en la piedra.4 En el corazón de las «diez palabras» resuena, dirigido a los hombres y a los pueblos de todos los tiempos, el mandato «no matarás» (Ex 20,13).
Dios, que ama la vida, no deja de amar al hombre y por ello lo insta a contrastar el camino de la violencia como requisito previo fundamental de toda alianza en la tierra. Siempre, pero sobre todo ahora, todas las religiones están llamadas a poner en práctica este imperativo, ya que mientras sentimos la urgente necesidad de lo Absoluto, es indispensable excluir cualquier absolutización que justifique cualquier forma de violencia. La violencia, de hecho, es la negación de toda auténtica religiosidad.
Como líderes religiosos estamos llamados a desenmascarar la violencia que se disfraza de supuesta sacralidad, apoyándose en la absolutización de los egoísmos antes que en una verdadera apertura al Absoluto. Estamos obligados a denunciar las violaciones que atentan contra la dignidad humana y contra los derechos humanos, a poner al descubierto los intentos de justificar todas las formas de odio en nombre de las religiones y a condenarlos como una falsificación idolátrica de Dios: su nombre es santo, él es el Dios de la paz, Dios salam. 5
Por tanto, sólo la paz es santa y ninguna violencia puede ser perpetrada en nombre de Dios porque profanaría su nombre. Juntos, desde esta tierra de encuentro entre el cielo y la tierra, de alianzas entre los pueblos y entre los creyentes, repetimos un «no» alto y claro a toda forma de violencia, de venganza y de odio cometidos en nombre de la religión o en nombre de Dios. Juntos afirmamos la incompatibilidad entre la fe y la violencia, entre creer y odiar.
Juntos declaramos el carácter sagrado de toda vida humana frente a cualquier forma de violencia física, social, educativa o psicológica. La fe que no nace de un corazón sincero y de un amor auténtico a Dios misericordioso es una forma de pertenencia convencional o social que no libera al hombre, sino que lo aplasta. Digamos juntos: Cuanto más se crece en la fe en Dios, más se crece en el amor al prójimo.
Sin embargo, la religión no sólo está llamada a desenmascarar el mal sino que lleva en sí misma la vocación a promover la paz, probablemente hoy más que nunca.6
Sin caer en sincretismos conciliadores,7 nuestra tarea es la de rezar los unos por los otros, pidiendo a Dios el don de la paz, encontrarnos, dialogar y promover la armonía con un espíritu de cooperación y amistad. Como cristianos «no podemos invocar a Dios, Padre de todos los hombres, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios».8
Más aún, reconocemos que inmersos en una lucha constante contra el mal, que amenaza al mundo para que «no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad», «a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».9
Por el contrario, son esenciales: En realidad, no sirve de mucho levantar la voz y correr a rearmarse para protegerse: hoy se necesitan constructores de paz, no provocadores de conflictos; bomberos y no incendiarios; predicadores de reconciliación y no vendedores de destrucción.
Asistimos perplejos al hecho de que, mientras por un lado nos alejamos de la realidad de los pueblos, en nombre de objetivos que no tienen en cuenta a nadie, por el otro, como reacción, surgen populismos demagógicos que ciertamente no ayudan a consolidar la paz y la estabilidad.
Ninguna incitación a la violencia garantizará la paz, y cualquier acción unilateral que no ponga en marcha procesos constructivos y compartidos, en realidad, sólo beneficia a los partidarios del radicalismo y de la violencia.
Para prevenir los conflictos y construir la paz es esencial trabajar para eliminar las situaciones de pobreza y de explotación, donde los extremismos arraigan fácilmente, así como evitar que el flujo de dinero y armas llegue a los que fomentan la violencia. Para ir más a la raíz, es necesario detener la proliferación de armas que, si se siguen produciendo y comercializando, tarde o temprano llegarán a utilizarse.
Sólo sacando a la luz las turbias maniobras que alimentan el cáncer de la guerra se pueden prevenir sus causas reales. A este compromiso urgente y grave están obligados los responsables de las naciones, de las instituciones y de la información, así como también nosotros responsables de cultura, llamados por Dios, por la historia y por el futuro a poner en marcha –cada uno en su propio campo– procesos de paz, sin sustraerse a la tarea de establecer bases para una alianza entre pueblos y estados. Espero que, con la ayuda de Dios, esta tierra noble y querida de Egipto pueda responder aún a su vocación de civilización y de alianza, contribuyendo a promover procesos de paz para este amado pueblo y para toda la región de Oriente Medio.
Al Salamò Alaikum! (La paz esté con vosotros).
NOTAS:
1 «Por otra parte, una ética de fraternidad y de coexistencia pacífica entre las personas y entre los pueblos no puede basarse sobre la lógica del miedo, de la violencia y de la cerrazón, sino sobre la responsabilidad, el respeto y el diálogo sincero»: Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017. La no violencia: un estilo de una política para la paz, 5.
2 Juan Pablo II, Discurso a las autoridades musulmanas, Kaduna–Nigeria (14 febrero 1982).
3 Id., Discurso durante la ceremonia de bienvenida, El Cairo (24 febrero 2000).
4 «Fueron escritos en el corazón del hombre como ley moral universal, válida en todo tiempo y en todo lugar». Estos ofrecen la «base auténtica para la vida de las personas, de las sociedades y de las naciones. Hoy, como siempre, son el único futuro de la familia humana. Salvan al hombre de la fuerza destructora del egoísmo, del odio y de la mentira. Señalan todos los falsos dioses que lo esclavizan: el amor a sí mismo que excluye a Dios, el afán de poder y placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad humana y la de nuestro prójimo»: Id., Homilía en la celebración de la Palabra en al Monte Sinaí, Monasterio de Santa Catalina (26 febrero 2000).
5 Cf. Discurso en la Mezquita Central de Koudoukou, Bangui-República Centroafricana (30 noviembre 2015).
6 «Probablemente más que nunca en la historia ha sido puesto en evidencia ante todos el vínculo intrínseco que existe entre una actitud religiosa auténtica y el gran bien de la paz» (Juan Pablo II, Discurso a los Representantes de las Iglesias y de Comunidades eclesiales cristianas y de las religiones mundiales, Asís (27 octubre 1986). 7 Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 251. 8 Conc. Ecum. Vat. II, Declaración Nostra aetate, 5. 9 Id., Const. past. Gaudium et spes, 37-38.
El Imán de Al-Azhar: ‘Contra la violencia, sin distinción alguna’
Comenzó pidiendo un minuto de silencio por las víctimas del terrorismo
El gran imán de la Universidad de Al-Azhar, Ahmed Al Tayyeb, en el ‘Global Peace Conference’, inició sus palabras invitando a todos a ponerse en pié y observar unos instantes de silencio por las víctimas del terrorismo en el mundo.
Un encuentro este, dijo, cuando “la paz se ha perdido”, “tantos países sufren la violencia” y “tantos prófugos buscan esta paz”. Recordó que muchos mueren en el desierto y en el mar. Una tragedia inmensa. Y precisó que considera que “la historia nunca conoció tragedias de tales dimensiones”.
Entre las causas de la violencia, señaló el imán, “está el comercio y tráfico de armas”. Esto en la época de las filosofías humanitarias, en que se predica la igualdad, con entes como las Naciones Unidas, y Ongs que defienden los derechos humanos.
Y se interrogó ¿Por qué la paz se ha vuelto un paraíso perdido? “La ignorancia de las sociedades por los valores divinos está en la raíz de esto”, aseguró.
El Imám pidió “limpiar la imagen de las religiones de visiones erradas” y pidió “no se juzgue a las religiones porque algunos la han interpretado de manera equivocada y derramando sangre”.
Señaló que el cristianismo no puede ser acusado de ser una religión de terrorismo porque se mató a gente en nombre de la cruz, ni los judíos porque asesinaron en nombre de su Dios. Ni a la civilización europea con la II Guerra con 70 millones de muertos, o a la civilización de Estados Unidos por la bomba de Hiroshima.
Ahmed Al Tayyeb le agradeció al Papa porque “él dijo que la religión islámica no es terrorismo, cuando algunos la acusaban”. Y subrayó que “Al-Azhar invita a fomentar la tolerancia y contra la violencia, sin distinción alguna”.
Pidió también “trabajar para proteger a la familia de las desviaciones científicas, delante de la destrucción del planeta, de la destrucción atea que diviniza lo humano”. Y Concluyó: “Pido a Dios Altísimo para que bendiga este encuentro para que todos podamos defender una cultura de paz y de hermandad”.
Encuentro del Santo Padre con las autoridades y diplomáticos
Calurosa acogida al Papa
El santo padre Francisco después de su discurso en la Universidad de Al-Azhar, se dirigió al Hotel Al-Másha, donde le aguardaban el presidente del país,Abdel-Fattah Al-Sisi, y unas 800 personas entre autoridades y cuerpo diplomático. Numerosos y calurosos aplausos se registraron varias veces durante las palabras del Pontífice.
Texto completo de las palabras de Francisco:
Señor Presidente, Distinguidos Miembros del Gobierno y del Parlamento, Ilustres Embajadores y miembros del Cuerpo Diplomático, Señoras y señores: Al Salamò Alaikum (La paz esté con vosotros).
Le agradezco, Señor Presidente, sus cordiales palabras de bienvenida y la invitación que gentilmente me hizo para visitar su querido País. Conservo vivo el recuerdo de su visita a Roma, en noviembre de 2014, y también del encuentro fraterno con Su Santidad Papa Tawadros II, en 2013, así como la del año pasado con el Gran Imán de la Universidad Al-Azhar, Dr. Ahmad Al-Tayyib. Me es grato encontrarme en Egipto, tierra de antiquísima y noble civilización, cuyas huellas podemos admirar todavía hoy y que, en su majestuosidad, parecen querer desafiar al tiempo.
Esta tierra representa mucho para la historia de la humanidad y para la Tradición de la Iglesia, no sólo por su prestigioso pasado histórico —de los faraones, copto y musulmán—, sino también porque muchos Patriarcas vivieron en Egipto o lo recorrieron. En efecto, la Sagrada Escritura lo menciona así muchas veces. En esta tierra, Dios se hizo sentir, «reveló su nombre a Moisés»,1 y sobre el monte Sinaí dio a su pueblo y a la humanidad los Mandamientos divinos. En tierra egipcia, encontró refugio y hospitalidad la Sagrada Familia: Jesús, María y José. La hospitalidad, ofrecida con generosidad hace más de dos mil años, permanece en la memoria colectiva de la humanidad y es fuente de abundantes bendiciones que aún se siguen derramando.
Egipto es una tierra que, en cierto modo, percibimos como nuestra. Como decís: «Misr um al dugna (Egipto es la madre del universo)». También hoy encuentran aquí acogida millones de refugiados que proceden de diferentes países, como Sudán, Eritrea, Siria e Irak, refugiados a los que se busca integrar con encomiable tesón en la sociedad egipcia.
Egipto, a causa de su historia y de su concreta posición geográfica, ocupa un rol insustituible en Oriente Medio y en el contexto de los países que buscan soluciones a esos problemas difíciles y complejos, que han de ser afrontados ahora para evitar que deriven en una violencia aún más grave.
Me refiero a la violencia ciega e inhumana causada por diferentes factores: el deseo obtuso de poder, el comercio de armas, los graves problemas sociales y el extremismo religioso que utiliza el Santo Nombre de Dios para cometer inauditas masacres e injusticias. Este destino y esta tarea de Egipto constituyen también el motivo que ha animado al pueblo a pedir un Egipto donde no falte a nadie el pan, la libertad y la justicia social.
Ciertamente este objetivo se hará una realidad si todos juntos tienen la voluntad de transformar las palabras en acciones, las valiosas aspiraciones en compromiso, las leyes escritas en leyes aplicadas, valorizando la genialidad innata de este pueblo. Egipto tiene una tarea particular: reforzar y consolidar también la paz regional, a pesar de que haya sido herido en su propio suelo por una violencia ciega. Dicha violencia hace sufrir injustamente a muchas familias –algunas de ellas aquí presentes– que lloran por sus hijos e hijas.
Pienso de modo particular en todas las personas que, en los últimos años, han entregado la vida para proteger su patria: los jóvenes, los miembros de las fuerzas armadas y de la policía, los ciudadanos coptos y todos los desconocidos, caídos a causa de las distintas acciones terroristas.
Pienso también en las matanzas y en las amenazas que han provocado un éxodo de cristianos desde el Sinaí septentrional. Manifiesto mi gratitud a las Autoridades civiles y religiosas, y a todos los que han acogido y asistido a estas personas que tanto sufren. Pienso además en los que han sido golpeados por los atentados en las iglesias Coptas, tanto en diciembre pasado como más recientemente en Tanta y en Alejandría. A sus familias y a todo Egipto dirijo mi sentido pésame y mi oración al Señor para que los heridos se restablezcan con rapidez.
Señor Presidente, ilustres señoras y señores: No puedo dejar de reconocer la importancia de los esfuerzos realizados para llevar a cabo numerosos proyectos nacionales, como también por las muchas iniciativas realizadas en favor de la paz en el País y fuera del mismo, con vistas a ese ansiado desarrollo, en paz y prosperidad, que el pueblo anhela y merece.
El desarrollo, la prosperidad y la paz son bienes irrenunciables por los que vale la pena cualquier sacrificio. Son también metas que requieren trabajo serio, compromiso seguro, metodología adecuada y, sobre todo, respeto incondicionado a los derechos inalienables del hombre, como la igualdad entre todos los ciudadanos, la libertad religiosa y de expresión, sin distinción alguna.2
Objetivos que exigen prestar una atención especial al rol de la mujer, de los jóvenes, de los más pobres y de los enfermos.
En realidad, el verdadero desarrollo se mide por la solicitud hacia el hombre —corazón de todo desarrollo—, a su educación, a su salud y a su dignidad; de hecho, la grandeza de cualquier nación se revela en el cuidado con que atiende a los más débiles de la sociedad: las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, las minorías, para que nadie, ni ningún grupo social, quede excluido o marginado.
Ante un escenario mundial delicado y complejo, que hace pensar a lo que he llamado una «guerra mundial por partes», cabe afirmar que no se puede construir la civilización sin rechazar toda clase de ideología del mal, de la violencia, así como cualquier interpretación extremista que pretenda anular al otro y eliminar las diferencias manipulando y profanando el Santo Nombre de Dios.
Usted, Señor Presidente, que ha hablado de esto con claridad muchas veces y en distintas ocasiones, merece ser escuchado y valorado. Todos tenemos el deber de enseñar a las nuevas generaciones que Dios, el Creador del cielo y de la tierra, no necesita ser protegido por los hombres, sino que es él quien protege a los hombres; él no quiere nunca la muerte de sus hijos, sino que vivan y sean felices; él no puede ni pide ni justifica la violencia, sino que la rechaza y la desaprueba.3 El verdadero Dios llama al amor sin condiciones, al perdón gratuito, a la misericordia, al respeto absoluto a cada vida, a la fraternidad entre sus hijos, creyentes y no creyentes.
Tenemos el deber de afirmar juntos que la historia no perdona a los que proclaman la justicia y en cambio practican la injusticia; no perdona a los que hablan de igualdad y desechan a los diferentes. Tenemos el deber de quitar la máscara a los vendedores de ilusiones sobre el más allá, que predican el odio para robar a los sencillos su vida y su derecho a vivir con dignidad, transformándolos en leña para el fuego y privándolos de la capacidad de elegir con libertad y de creer con responsabilidad. Tenemos el deber de desmontar las ideas homicidas y las ideologías extremistas, afirmando la incompatibilidad entre la verdadera fe y la violencia, entre Dios y los actos de muerte.
En cambio, la historia honra a los constructores de paz, que luchan con valentía y sin violencia por un mundo mejor: «Dichosos los constructores de paz porque se llamarán hijos de Dios» (Mt 5,9). Egipto, que en tiempos de José salvó a otros pueblos del hambre (cf. Gn 47,57), está llamado también hoy a salvar a esta querida región del hambre de amor y de fraternidad; está llamado a condenar y a derrotar todo tipo de violencia y de terrorismo; está llamado a sembrar la semilla de la paz en todos los corazones hambrientos de convivencia pacífica, de trabajo digno, de educación humana.
Egipto, que al mismo tiempo construye la paz y combate el terrorismo, está llamado a testimoniar que «AL DIN LILLAH WA AL WATàN LILGIAMIA’/ (La fe es para Dios, la Patria es para todos)», como dice el lema de la Revolución del 23 de julio de 1952, demostrando que se puede creer y vivir en armonía con los demás, compartiendo con ellos los valores humanos fundamentales y respetando la libertad y la fe de todos.4
El rol especial de Egipto es necesario para afirmar que esta región, cuna de tres grandes religiones, puede –es más– debe salir de la larga noche de tribulaciones para volver a irradiar los supremos valores de la justicia y de la fraternidad, que son el fundamento sólido y la vía obligatoria para la paz.5
De las naciones que son grandes es justo esperar mucho. Este año se celebra el 70 aniversario de las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República Árabe de Egipto, que es uno de los primeros países árabes que estableció dichas relaciones diplomáticas. Estas siempre se han caracterizado por la amistad, estima y colaboración recíproca. Deseo que esta visita ayude a consolidarlas y reforzarlas. La paz es un don de Dios pero es también trabajo del hombre. Es un bien que hay que construir y proteger, respetando el principio que afirma: la fuerza de la ley y no la ley de la fuerza.6
Paz para este amado País. Paz para toda esta región, de manera particular para Palestina e Israel, para Siria, Libia, Yemen, Irak, Sudán del Sur; paz para todos los hombres de buena voluntad. Señor Presidente, señoras y señores: Deseo hacer llegar un afectuoso saludo y un paternal abrazo a todos los ciudadanos egipcios, que están presentes simbólicamente en este lugar.
Saludo además a los hijos y a los hermanos cristianos que viven en este País: a los coptos ortodoxos, los griegos bizantinos, los armenios ortodoxos, los protestantes y los católicos. San Marcos, el evangelizador de esta tierra, os proteja y os ayude a construir y a alcanzar la unidad, tan anhelada por Nuestro Señor (cf. Jn 17,20-23).
Vuestra presencia en esta Patria no es ni nueva ni casual, sino secular y unida a la historia de Egipto. Sois parte integral de este País y habéis desarrollado a lo largo de los siglos una especie de relación única, una particular simbiosis, que puede considerarse como un ejemplo para las demás naciones. Habéis demostrado, y lo seguís haciendo, que se puede vivir juntos, en el respeto recíproco y en la confrontación leal, descubriendo en la diferencia una fuente de riqueza y jamás una razón para el enfrentamiento.7
Gracias por la cálida bienvenida. Pido a Dios Todopoderoso y Uno para que derrame Su Bendición divina sobre todos los ciudadanos egipcios. Que conceda a Egipto la paz y la prosperidad, el progreso y la justicia, y que bendiga a todos sus hijos. «Bendito mi pueblo, Egipto», dice el Señor en el libro de Isaías (19,25). ¡Shukran wa tahìah misr! (Gracias y que viva Egipto).
NOTAS
1 Juan Pablo II, Discurso en la ceremonia de bienvenida (24 febrero 2000).
2 Cf. Declaración universal de los derechos del hombre. Constitución Egipcia 2014, cap. III. 3 «El Señor […] odia al que ama la violencia» (Sal 11,5).
4 Cf. Constitución Egipcia 2014, art. 5.
5 Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2014, 4.
6 Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2017, 1.
7 Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsin. Ecclesia in Medio Oriente, 24 y 25.
Encuentro del santo padre Francisco con el papa ortodoxo Tawadros II
El santo padre Francisco ha llegado al patriarcado copto ortodoxo, ubicado en el viejo Cairo cristiano, parte del edificio de la catedral dedicada a San Marcos. Allí se perpetró un grave atentado el 11 de diciembre de 2016.
Le esperaba Tawadros II, papa de la Iglesia copta ortodoxa y patriarca de Alejandría de Egipto, de toda África y de la Santa Sede de San Marco.
Después de un primer abrazo y de la presentación de las delegaciones, ambos se reunieron en la oficina de Tawadros en un encuentro privado. Concluido el mismo ambos hicieron un discurso y le siguió un intercambio de dones.
Francisco regaló un Icono de la “Madre de Dios de la Ternura”, copia fiel de esta obra en Tolga, que recuerda su milagros descubrimiento en las orillas del río Volga. Tawadros II le regaló un crucifijo característico y una imagen de bronce de San Francisco de Asís.
El encuentro tuvo la firma de un documento común en el que señalan: Trataremos, con toda sinceridad, de no repetir el Bautismo administrado en una de nuestras Iglesias a alguien que desee adscribirse a la otra. Descubrir el don común del Bautismo es así un objetivo para caminar hacia la plena unidad visible y sacramental de los cristianos.
Discurso del papa Francisco
El Señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado. [Al Massih kam, bilhakika kam]
Santidad, querido Hermano:
Hace poco que ha concluido la gran Solemnidad de la Pascua, centro de la vida cristiana, que este año hemos tenido la gracia de celebrar en el mismo día. Así hemos proclamado al unísono el anuncio de la Resurrección, viviendo de nuevo, en un cierto sentido, la experiencia de los primeros discípulos, que en ese día «se llenaron de alegría al ver al Señor» (Jn 20,20). Esta alegría pascual se ha incrementado hoy por el don que se nos ha concedido de adorar juntos al Resucitado en la oración y de darnos nuevamente, en su nombre, el beso santo y el abrazo de paz.
Esto me llena de alegría: llegando aquí como peregrino, estaba seguro de recibir la bendición de un Hermano que me esperaba. Era grande el deseo de encontrarnos otra vez: mantengo muy vivo el recuerdo de la visita que Vuestra Santidad realizó a Roma, poco después de mi elección, el 10 de mayo de 2013, una fecha que se ha convertido felizmente en la oportunidad para celebrar cada año la Jornada de Amistad copto-católica.
Con la alegría de continuar fraternalmente nuestro camino ecuménico, deseo recordar ante todo ese momento crucial que supuso en las relaciones entre la sede de Pedro y la de Marcos la Declaración Común, firmada por nuestros Predecesores hace más de cuarenta años, el 10 de mayo de 1973.
En ese día, después de «siglos de una historia complicada», en los que «se han manifestado diferencias teológicas, fomentadas y acentuadas por factores de carácter no teológico» y por una creciente desconfianza en las relaciones, con la ayuda de Dios hemos llegado a reconocer juntos que Cristo es «Dios perfecto en su Divinidad y hombre perfecto en su humanidad» (Declaración Común firmada por el Santo Padre Pablo VI y por Su Santidad Amba Shenouda III, 10 mayo 1973).
Pero no menos importantes y actuales son las palabras que la precedían inmediatamente, con las que hemos reconocido a «Nuestro Señor y Dios y Salvador y Rey de todos nosotros, Jesucristo». Con estas expresiones la sede de Marcos y la de Pedro han proclamado la señoría de Jesús: juntos hemos confesado que pertenecemos a Jesús y que él es nuestro todo.
Aún más, hemos comprendido que, siendo suyos, no podemos seguir pensando en ir adelante cada uno por su camino, porque traicionaríamos su voluntad: que los suyos sean «todos […] uno […] para que el mundo crea» (Jn 17,21).
Delante del Señor, que quiere que seamos «perfectos en la unidad» (v. 23) no es posible escondernos más detrás de los pretextos de divergencias interpretativas ni tampoco detrás de siglos de historia y de tradiciones que nos han convertido en extraños. Como dijo aquí Su Santidad Juan Pablo II: «A este respecto no hay tiempo que perder. Nuestra comunión en el único Señor Jesucristo, en el único Espíritu Santo y en el único bautismo, ya representa una realidad profunda y fundamental» (Discurso durante el encuentro ecuménico, 25 febrero 2000).
En este sentido, no sólo existe un ecumenismo realizado con gestos, palabras y esfuerzo, sino también una comunión ya efectiva, que crece cada día en la relación viva con el Señor Jesús, se fundamenta en la fe profesada y se basa realmente en nuestro Bautismo, en el ser «criaturas nuevas» en él (cf. 2 Co 5,17): en definitiva, «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4,5).
De aquí tenemos que comenzar siempre, para apresurar el día tan esperado en el que estaremos en comunión plena y visible junto al altar del Señor.
En este camino apasionante, que –como la vida– no es siempre fácil ni lineal, pero que el Señor nos exhorta a seguir recorriendo, no estamos solos. Nos acompaña una multitud de Santos y Mártires que, ya plenamente unidos, nos animan a que seamos aquí en la tierra una imagen viviente de la «Jerusalén celeste» (Ga 4,26).
Entre ellos, seguro que los que hoy se alegran de manera especial de nuestro encuentro son los santos Pedro y Marcos. Es grande el vínculo que los une. Basta pensar en el hecho de que san Marcos puso en el centro de su Evangelio la profesión de fe de Pedro: «Tu eres el Cristo». Fue la respuesta a la pregunta, siempre actual, de Jesús: «Y vosotros,¿quién decís que soy?» (Mc 8,29).
También hoy hay mucha gente que no sabe dar una respuesta a esta pregunta; faltan incluso personas que la propongan y sobre todo quien ofrezca como respuesta la alegría de conocer a Jesús, la misma alegría con la que tenemos la gracia de confesarlo juntos. Estamos llamados a testimoniarlo juntos, a llevar al mundo nuestra fe, sobre todo, como es proprio de la fe: viviéndola, porque la presencia de Jesús se transmite con la vida y habla el lenguaje del amor gratuito y concreto.
Coptos ortodoxos y Católicos podemos hablar cada vez más esta lengua común de la caridad: antes de comenzar un proyecto para hacer el bien, sería hermoso preguntarnos si podemos hacerlo con nuestros hermanos y hermanas que comparten la fe en Jesús. Así, edificando la comunión con el testimonio vivido en lo concreto de la vida cotidiana, el Espíritu no dejará de abrir caminos providenciales e inimaginables de unidad.
Con este espíritu apostólico constructivo, Vuestra Santidad sigue brindando una atención genuina y fraterna a la Iglesia copta católica: una cercanía que agradezco tanto y que se ha concretado en la creación del Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas, para que los creyentes en Jesús puedan actuar siempre más unidos, en beneficio de toda la sociedad egipcia.
Además, he apreciado mucho la generosa hospitalidad con la que acogió el XIII Encuentro de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas Orientales, que tuvo lugar aquí el año pasado siguiendo vuestra invitación. Es un bonito signo que el encuentro siguiente se haya celebrado en Roma, como queriendo señalar una continuidad particular entre la sede de Marcos y la de Pedro.
En la Sagrada Escritura, Pedro corresponde en cierto modo al afecto de Marcos llamándolo «mi hijo» (1 P 5,13). Pero los vínculos fraternos del Evangelista y su actividad apostólica se extienden también a san Pablo el cual, antes de morir mártir en Roma, habla de lo útil que es Marcos para el ministerio (cf. 2 Tm 4,11) y lo menciona varias veces (cf. Flm 24; Col 4, 10).
Caridad fraterna y comunión de misión: estos son los mensajes que la Palabra divina y nuestros orígenes nos transmiten. Son las semillas evangélicas que con alegría seguimos cultivando y juntos, con la ayuda de Dios, procuramos que crezcan (cf. 1 Co 3,6-7).
Nuestro camino ecuménico crece de manera misteriosa y sin duda actual, gracias a un verdadero y propio ecumenismo de la sangre. San Juan escribe que Jesús vino «con agua y sangre» (1 Jn 5,6); quien cree en él, «vence al mundo» (1 Jn 5,5). Con agua y sangre: viviendo una vida nueva en nuestro mismo Bautismo, una vida de amor, siempre y por todos, también a costa de derramar la sangre.
Cuántos mártires en esta tierra, desde los primeros siglos del Cristianismo, han vivido la fe de manera heroica y hasta el final, prefiriendo derramar su sangre antes que renegar del Señor y ceder a las lisonjas del mal o a la tentación de responder al mal con el mal.
Así lo testimonia el venerable Martirologio de la Iglesia Copta. Aun recientemente, por desgracia, la sangre inocente de fieles indefensos ha sido derramada cruelmente: su sangre inocente nos une.
Querido Hermano, igual que la Jerusalén celeste es una, así también nuestro martirologio es uno, y vuestros sufrimientos son también nuestros sufrimientos. Fortalecidos por vuestro testimonio, esforcémonos en oponernos a la violencia predicando y sembrando el bien, haciendo crecer la concordia y manteniendo la unidad, rezando para que los muchos sacrificios abran el camino a un futuro de comunión plena entre nosotros y de paz para todos.
La maravillosa historia de santidad de esta tierra no se debe sólo al sacrificio de los mártires. Apenas terminadas las antiguas persecuciones, surgió una nueva forma de vida que, ofrecida al Señor, nada retenía para sí: en el desierto inició el monaquismo.
Así, a los grandes signos que Dios obró en el pasado en Egipto y en el Mar Rojo (cf. Sal 106,21-22), siguió el prodigio de una vida nueva, que hizo florecer de santidad el desierto. Con veneración por este patrimonio común, he venido como peregrino a esta tierra, donde el Señor mismo ama venir: aquí, glorioso, bajó al monte Sinaí (cf. Ex 24,16); aquí, humilde, encontró refugio cuando era niño (cf. Mt 2,14).
Santidad, querido Hermano: que el mismo Señor nos conceda hoy seguir caminando juntos, como peregrinos de comunión y anunciadores de paz. Que en este camino nos lleve de la mano Aquella que acompañó aquí a Jesús y que la gran tradición teológica egipcia ha aclamado desde la antigüedad como Theotokos, Madre de Dios.
En este título se unen admirablemente la humanidad y la divinidad, porque, en la Madre, Dios se hizo hombre para siempre. Que la Virgen Santa, que siempre nos conduce a Jesús, sinfonía perfecta de lo divino con lo humano, siga trayendo un poco de Cielo a nuestra tierra.
Francisco y Tawadros rezan II en la iglesia del atentado del Isis
Una procesión y plegaria para recordar a estos mártires cristianos
El santo padre Francisco y el papa copto ortodoxo Tawadros II, antes de concluir el encuentro que tuvieron en la sede del patriarcado, se dirigieron en procesión junto a los cardenales que acompañaban al Papa y a los sacerdotes coptos y católicos, hacia iglesia de San Pedro, ubicada a unos cien metros, objeto de un atentado terrorista.
El domingo 11 de diciembre de 2016, una bomba causó la muerte de al menos 29 cristianos y más de 30 heridos, mayoritariamente mujeres y niños, en una capilla de la Catedral ortodoxa copta de San Marcos.
Así en este viernes, primer día del viaje del papa Francisco a Egipto, concluyó sus empeños oficiales con esta oración recordando a los mártires que unen a los cristianos. Se leyó el Evangelio de Mateo: Bienaventurados los operadores de paz. Ambos hicieron sendas oraciones, se rezó el Padre Nuestro y se intercambió el saludo de la paz. La ceremonia concluyó con la deposición de una corona de flores y el acto de encender un cirio.
Misa en el Estadio: solo el ‘extremismo de la caridad’ es aceptado por Dios
Ante unos 25 mil, entre fieles y personas de otras religiones
El segundo y último día del viaje apostólico del papa Francisco a El Cairo, inició con la santa misa en el Estadio de la Aeronáutica Militar en la jornada dedicada al encuentro con la comunidad católica que vive en Egipto.
Ayer viernes, en cambio fueron los encuentros con el presidente de Egipto, Al Sisi; con el gran Imam de Al-Azhar al-Tayyeb; con el mundo musulmán a través de su intervención en la Conferencia Internacional por la paz en la Universidad sunita de Al-Azhar; con el patriarca copto-ortodoxo, Tawadros, que concluyó en una ceremonia para honrar a los cristianos mártires del terrorismo en la iglesia de San Pedro.
Este sábado en el estadio, en el altar dentro de una estructura con forma de tienda, con la presencia de unos 25 mil fieles, se celebró la misa solemne en rito latino, pero profundamente marcada en su liturgia por los ritos orientales, en particular por los cantos en árabe y francés, las estolas, mitras y paramentos dorados.
El Santo Padre vistiendo paramentos color crema con discretos bordes verdes y dorados, portando el palio, celebró la misa en latín, hizo su homilía en italiano y sus frases eran traducidas a medida que las leía. En la celebración, detalle no poco importante, estaban presentes también personas de otros credos.
El sucesor de Pedro inició su homilía diciendo en árabe ‘La paz esté con vosotros’ (Al Salamò Alaikum). “La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña –aseguró el Santo Padre– que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad”.
“Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita”, aseguró el Pontífice y añadió, la “que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar”.
“A Dios sólo le agrada –precisó el sucesor de Pedro– la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada”.
Y los invitó, a ejemplo de los discípulos de Emaús, a regresar “vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe”. Y a no tener “miedo de amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente”. Y concluyó con otra frase en árabe: ‘Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado’. (Al Massih Kam, Bilhakika kam).
Texto completo de la homilía del papa Francisco en el estadio de la Aeronáutica
De nada sirve llenar iglesias si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia
El papa Francisco celebró en el Estadio de la Aeronáutica militar, la santa misa. Es el segundo y último día de su viaje apostólico a Egipto, y la eucaristía celebrada en un sábado por la mañana fue válida para el precepto dominical. A continuación la homilía del Santo Padre.
Al Salamò Alaikum / La paz sea con vosotros.
Hoy, III domingo de Pascua, el Evangelio nos habla del camino que hicieron los dos discípulos de Emaús tras salir de Jerusalén. Un Evangelio que se puede resumir en tres palabras: muerte, resurrección y vida.
Muerte: los dos discípulos regresan a sus quehaceres cotidianos, llenos de desilusión y desesperación. El Maestro ha muerto y por tanto es inútil esperar. Estaban desorientados, confundidos y desilusionados. Su camino es un volver atrás; es alejarse de la dolorosa experiencia del Crucificado. La crisis de la Cruz, más bien el «escándalo» y la «necedad» de la Cruz (cf. 1 Co 1,18; 2,2), ha terminado por sepultar toda esperanza. Aquel sobre el que habían construido su existencia ha muerto y, derrotado, se ha llevado consigo a la tumba todas sus aspiraciones.
No podían creer que el Maestro y el Salvador que había resucitado a los muertos y curado a los enfermos pudiera terminar clavado en la cruz de la vergüenza. No podían comprender por qué Dios Omnipotente no lo salvó de una muerte tan infame. La cruz de Cristo era la cruz de sus ideas sobre Dios; la muerte de Cristo era la muerte de todo lo que ellos pensaban que era Dios. De hecho, los muertos en el sepulcro de la estrechez de su entendimiento.
Cuantas veces el hombre se auto paraliza, negándose a superar su idea de Dios, de un dios creado a imagen y semejanza del hombre; cuantas veces se desespera, negándose a creer que la omnipotencia de Dios no es la omnipotencia de la fuerza o de la autoridad, sino solamente la omnipotencia del amor, del perdón y de la vida.
Los discípulos reconocieron a Jesús «al partir el pan», en la Eucarística. Si nosotros no quitamos el velo que oscurece nuestros ojos, si no rompemos la dureza de nuestro corazón y de nuestros prejuicios nunca podremos reconocer el rostro de Dios.
Resurrección: en la oscuridad de la noche más negra, en la desesperación más angustiosa, Jesús se acerca a los dos discípulos y los acompaña en su camino para que descubran que él es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Jesús trasforma su desesperación en vida, porque cuando se desvanece la esperanza humana comienza a brillar la divina: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18,27; cf. 1,37).
Cuando el hombre toca fondo en su experiencia de fracaso y de incapacidad, cuando se despoja de la ilusión de ser el mejor, de ser autosuficiente, de ser el centro del mundo, Dios le tiende la mano para transformar su noche en amanecer, su aflicción en alegría, su muerte en resurrección, su camino de regreso en retorno a Jerusalén, es decir en retorno a la vida y a la victoria de la Cruz (cf. Hb 11,34).
Los dos discípulos, de hecho, luego de haber encontrado al Resucitado, regresan llenos de alegría, confianza y entusiasmo, listos para dar testimonio. El Resucitado los ha hecho resurgir de la tumba de su incredulidad y aflicción. Encontrando al Crucificado-Resucitado han hallado la explicación y el cumplimiento de las Escrituras, de la Ley y de los Profetas; han encontrado el sentido de la aparente derrota de la Cruz.
Quien no pasa a través de la experiencia de la cruz, hasta llegar a la Verdad de la resurrección, se condena a sí mismo a la desesperación. De hecho, no podemos encontrar a Dios sin crucificar primero nuestra pobre concepción de un dios que sólo refleja nuestro modo de comprender la omnipotencia y el poder.
Vida: el encuentro con Jesús resucitado ha transformado la vida de los dos discípulos, porque el encuentro con el Resucitado transforma la vida entera y hace fecunda cualquier esterilidad (cf. Benedicto XVI, Audiencia General, 11 abril 2007). En efecto, la Resurrección no es una fe que nace de la Iglesia, sino que es la Iglesia la que nace de la fe en la Resurrección.
Dice san Pablo: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe» (1 Co 15,14). El Resucitado desaparece de su vista, para enseñarnos que no podemos retener a Jesús en su visibilidad histórica: «Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20,29 y cf. 20,17). La Iglesia debe saber y creer que él está vivo en ella y que la vivifica con la Eucaristía, con la Escritura y con los Sacramentos. Los discípulos de Emaús comprendieron esto y regresaron a Jerusalén para compartir con los otros su experiencia. «Hemos visto al Señor […]. Sí, en verdad ha resucitado» (cf. Lc 24,32).
La experiencia de los discípulos de Emaús nos enseña que de nada sirve llenar de gente los lugares de culto si nuestros corazones están vacíos del temor de Dios y de su presencia; de nada sirve rezar si nuestra oración que se dirige a Dios no se transforma en amor hacia el hermano; de nada sirve tanta religiosidad si no está animada al menos por igual fe y caridad; de nada sirve cuidar las apariencias, porque Dios mira el alma y el corazón (cf. 1 S 16,7) y detesta la hipocresía (cf. Lc 11,37-54; Hch 5,3-4).[1] Para Dios, es mejor no creer que ser un falso creyente, un hipócrita.
La verdadera fe es la que nos hace más caritativos, más misericordiosos, más honestos y más humanos; es la que anima los corazones para llevarlos a amar a todos gratuitamente, sin distinción y sin preferencias, es la que nos hace ver al otro no como a un enemigo para derrotar, sino como a un hermano para amar, servir y ayudar; es la que nos lleva a difundir, a defender y a vivir la cultura del encuentro, del diálogo, del respeto y de la fraternidad; nos da la valentía de perdonar a quien nos ha ofendido, de ayudar a quien ha caído; a vestir al desnudo; a dar de comer al que tiene hambre, a visitar al encarcelado; a ayudar a los huérfanos; a dar de beber al sediento; a socorrer a los ancianos y a los necesitados (cf. Mt 25,31-45).
La verdadera fe es la que nos lleva a proteger los derechos de los demás, con la misma fuerza y con el mismo entusiasmo con el que defendemos los nuestros. En realidad, cuanto más se crece en la fe y más se conoce, más se crece en la humildad y en la conciencia de ser pequeño.
Queridos hermanos y hermanas:
A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada.
Ahora, como los discípulos de Emaús, regesen a vuestra Jerusalén, es decir, a vuestra vida cotidiana, a vuestras familias, a vuestro trabajo y a vuestra patria llenos de alegría, de valentía y de fe. No tengan miedo a abrir vuestro corazón a la luz del Resucitado y dejen que él transforme vuestras incertidumbres en fuerza positiva para vosotros y para los demás.
No tengan miedo a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente.
La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y les bendiga y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas.
‘Al Massih Kam, Bilhakika kam’ (Cristo ha Resucitado. Verdaderamente ha Resucitado).
Encuentro con el clero, religiosos, religiosas y seminaristas
Encuentro en el seminario durante el viaje a Egipto
El Papa da 7 consejos de vida espiritual después de la oración en el seminario de Maadi
Después de la misa celebrada este sábado por la mañana en el estadio de la aeronáutica militar, en El Cairo, junto a unas 25 mil personas, el papa Francisco se reunió hacia el medio día con los obispos egipcios y el séquito papal, junto a quienes almorzó. Un menú realizado por el chef Carmine Di Luggo, de origen italiano, quien preparó fideos al pesto y un postre con dulce de leche argentino.
Poco después, a las 15:10 el Santo Padre se dirigió al seminario de Maadi, para un encuentro de oración con el clero, los religiosos y religiosas, y los seminaristas. Situado en un barrio residencial en el sur de El Cairo, es el centro de formación de los futuros sacerdotes de Egipto. El Papa allí saludó a los directores del seminario y después entró en el gran campo deportivo en un vehículo abierto y circuló saludando a los fieles que le esperaban.
Se rezó el Salmo 121 y se leyó el Evangelio de Mateo, y el Papa dirigió algunas palabras, en italiano.
El Pontífice recordó que “veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación”. Que “quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección”. Y que se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha, sin nunca desanimarse, siendo luz y sal de esta sociedad.
Así les dio siete consejos, para no ceder a la tentaciones siguientes: dejarse arrastrar y no guiar; quejarse continuamente; la murmuración y de la envidia; compararse con los demás; el ‘faraonismo’, el individualismo; de caminar sin rumbo y sin meta. Sabiendo que cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.
El Santo Padre al concluir la ceremonia bendijo los hábitos de los futuros sacerdotes y se renovaron las promesas de la vida consagrada.
Texto completo del Papa en el encuentro con el clero, religiosos y religiosas en Egipto
El Papa cuando habla de ‘faraonismo’,
se ríe y dice: Estamos en Egipto
Los siete consejos de vida espiritual que el Papa da en el seminario de Maadi
Beatitudes, queridos hermanos y hermanas: Al Salamò Alaikum! ¡La paz esté con vosotros!
«Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Cristo ha vencido para siempre la muerte. Gocemos y alegrémonos en él». Me siento muy feliz de estar con vosotros en este lugar donde se forman los sacerdotes, y que simboliza el corazón de la Iglesia Católica en Egipto.
Con alegría saludo en vosotros, sacerdotes, consagrados y consagradas de la pequeña grey católica de Egipto, a la «levadura» que Dios prepara para esta bendita Tierra, para que, junto con nuestros hermanos ortodoxos, crezca en ella su Reino (cf. Mt 13,13).
Deseo, en primer lugar, daros las gracias por vuestro testimonio y por todo el bien que hacéis cada día, trabajando en medio de numerosos retos y, a menudo, con pocos consuelos. Deseo también animaros. No tengáis miedo al peso de cada día, al peso de las circunstancias difíciles por las que algunos de vosotros tenéis que atravesar.
Nosotros veneramos la Santa Cruz, que es signo e instrumento de nuestra salvación. Quien huye de la Cruz, escapa de la resurrección. «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino» (Lc 12,32).
Se trata, por tanto, de creer, de dar testimonio de la verdad, de sembrar y cultivar sin esperar ver la cosecha. De hecho, nosotros cosechamos los frutos que han sembrado muchos otros hermanos, consagrados y no consagrados, que han trabajado generosamente en la viña del Señor.
Vuestra historia está llena de ellos. En medio de tantos motivos para desanimarse, de numerosos profetas de destrucción y de condena, de tantas voces negativas y desesperadas, sed una fuerza positiva, sed la luz y la sal de esta sociedad, la locomotora que empuja el tren hacia adelante, llevándolo hacia la meta, sed sembradores de esperanza, constructores de puentes y artífices de diálogo y de concordia.
Todo esto será posible si la persona consagrada no cede a las tentaciones que encuentra cada día en su camino. Me gustaría destacar algunas significativas.
Ustedes oas conocen porque estas tentaciones fueron bien descriptas por los primeros monjes de Egitpo
- La tentación de dejarse arrastrar y no guiar. El Buen Pastor tiene el deber de guiar a su grey (cf. Jn 10,3-4), de conducirla hacia verdes prados y a las fuentes de agua (cf. Sal 23). No puede dejarse arrastrar por la desilusión y el pesimismo: «Pero, ¿qué puedo hacer yo?». Está siempre lleno de iniciativas y creatividad, como una fuente que sigue brotando incluso cuando está seca. Sabe dar siempre una caricia de consuelo, aun cuando su corazón está roto. Saber ser padre cuando los hijos lo tratan con gratitud, pero sobre todo cuando no son agradecidos (cf. Lc 15,11-32). Nuestra fidelidad al Señor no puede depender nunca de la gratitud humana: «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mt 6,4.6.18).2. La tentación de quejarse continuamente. Es fácil culpar siempre a los demás: por las carencias de los superiores, las condiciones eclesiásticas o sociales, por las pocas posibilidades. Sin embargo, el consagrado es aquel que con la unción del Espíritu transforma cada obstáculo en una oportunidad, y no cada dificultad en una excusa. Quien anda siempre quejándose en realidad no quiere trabajar. Por eso el Señor, dirigiéndose a los pastores, dice: «fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes» (Hb 12,12; cf. Is 35,3).3. La tentación de la murmuración y de la envidia. Y esta es fea. El peligro es grave cuando el consagrado, en lugar de ayudar a los pequeños a crecer y de regocijarse con el éxito de sus hermanos y hermanas, se deja dominar por la envidia y se convierte en uno que hiere a los demás con la murmuración. Cuando, en lugar de esforzarse en crecer, se pone a destruir a los que están creciendo, y cuando en lugar de seguir los buenos ejemplos, los juzga y les quita su valor. La envidia es un cáncer que destruye en poco tiempo cualquier organismo: «Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir» (Mc 3,24-25). De hecho, «por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sb 2,24). Y la murmuración es el instrumento y el arma.4. La tentación de compararse con los demás. La riqueza se encuentra en la diversidad y en la unicidad de cada uno de nosotros. Compararnos con los que están mejor nos lleva con frecuencia a caer en el resentimiento, compararnos con los que están peor, nos lleva, a menudo, a caer en la soberbia y en la pereza. Quien tiende siempre a compararse con los demás termina paralizado. Aprendamos de los santos Pedro y Pablo a vivir la diversidad de caracteres, carismas y opiniones en la escucha y docilidad al Espíritu Santo.
- La tentación del «faraonismo», Estamos en Egipto. Es decir, de endurecer el corazón y cerrarlo al Señor y a los demás. Es la tentación de sentirse por encima de los demás y de someterlos por vanagloria, de tener la presunción de dejarse servir en lugar de servir. Es una tentación común que aparece desde el comienzo entre los discípulos, los cuales —dice el Evangelio— «por el camino habían discutido quién era el más importante» (Mc 9,34). El antídoto a este veneno es: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).
- La tentación del individualismo. Como dice el conocido dicho egipcio: «Después de mí, el diluvio». Es la tentación de los egoístas que por el camino pierden la meta y, en vez de pensar en los demás, piensan sólo en sí mismos, sin experimentar ningún tipo de vergüenza, más bien al contrario, se justifican. La Iglesia es la comunidad de los fieles, el cuerpo de Cristo, donde la salvación de un miembro está vinculada a la santidad de todos (cf. 1Co 12,12-27; Lumen gentium,
7). El individualista es, en cambio, motivo de escándalo y de conflicto. 7. La tentación del caminar sin rumbo y sin meta. El consagrado pierde su identidad y acaba por no ser «ni carne ni pescado». Vive con el corazón dividido entre Dios y la mundanidad. Olvida su primer amor (cf. Ap 2,4). En realidad, el consagrado, si no tiene una clara y sólida identidad, camina sin rumbo y, en lugar de guiar a los demás, los dispersa. Vuestra identidad como hijos de la Iglesia es la de ser coptos —es decir, arraigados en vuestras nobles y antiguas raíces— y ser católicos —es decir, parte de la Iglesia una y universal—: como un árbol que cuanto más enraizado está en la tierra, más alto crece hacia el cielo. Queridos consagrados, hacer frente a estas tentaciones no es fácil, pero es posible si estamos injertados en Jesús: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4). Cuanto más enraizados estemos en Cristo, más vivos y fecundos seremos.
Así el consagrado conservará la maravilla, la pasión del primer encuentro, la atracción y la gratitud en su vida con Dios y en su misión. La calidad de nuestra consagración depende de cómo sea nuestra vida espiritual. Egipto ha contribuido a enriquecer a la Iglesia con el inestimable tesoro de la vida monástica.
Les exhorto, por tanto, a sacar provecho del ejemplo de san Pablo el eremita, de san Antonio Abad, de los santos Padres del desierto y de los numerosos monjes que con su vida y ejemplo han abierto las puertas del cielo a muchos hermanos y hermanas; de este modo, también serán sal y luz, es decir, motivo de salvación para vosotros mismos y para todos los demás, creyentes y no creyentes y, especialmente, para los últimos, los necesitados, los abandonados y los descartados.
Que la Sagrada Familia les proteja y les bendiga a todos, a vuestro País y a todos sus habitantes. Desde el fondo de mi corazón deseo a cada uno de vosotros lo mejor, y a través de vosotros saludo a los fieles que Dios ha confiado a vuestro cuidado. Que el Señor les conceda los frutos de su Espíritu Santo: «Amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5,22-23). Los tendré siempre presentes en mi corazón y en mis oraciones. Ánimo y adelante, guiados por el Espíritu Santo. «Este es el día en que actúo el Señor, sea nuestra alegría». Y por favor, no se olviden de rezar por mí.
El Papa se despide y parte hacia Roma
El Papa Francisco sube al avión de Alitalia
(Foto archivo Osservatore © Romano)
Agradece con un telegrama la calurosa bienvenida y hospitalidad del pueblo egipcio
Unos minutos antes de las 17 horas locales, el papa Francisco llegó al Aeropuerto Internacional de El Cairo. Mientras soplaba un fuerte viento, se realizó allí una pequeña ceremonia de despedida, en la que estuvo presente el presidente del país, Abdel-Fattah Al-Sìsi y un piquete de honor.
El Santo Padre subió al Airbus A321 de Alitalia, que despegó para volver a Roma, en un viaje de 2.300 kilómetros, que sobrevolará Egipto, Grecia e Italia, y se prevé llegará poco antes de las 20:30.
Apenas el vuelo partió, el Papa envió el siguiente telegrama al presidente de Egipto: “Cuando estoy dejando Egipto, deseo expresar mi gratitud a su excelencia y al amado pueblo egipcio, por su calurosa bienvenida y hospitalidad. Asegurándoles mis oraciones, invoco para esta nación la bendición de Dios, paz y alegría”.
El Airbus que trae al Papa desde El Cairo, aterrizó en Roma
Poco más de tres horas de vuelo para cubrir 2.300 km.
El Airbus AZ321-400 que trajo al Papa desde El Cairo de regreso a Roma, aterrizó a las 20:11 según los datos del transponder. El avión recorrió 2.300 kilómetros en poco más de tres horas.
Como el Santo Padre suele hacer al regreso de los viajes internacionales, es probable que vaya al santuario de Santa María la Mayor para rezar y agradecer por el viaje apostólico.