Testimonio de fray Pascual Piles
(ZENIT – Roma).- La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios se encuentra presente en los cinco continentes. Nuestra labor consiste en acoger, curar y acompañar a más de 1,2 millones de personas pobres y enfermas a través de nuestros 454 centros distribuidos en 55 países. Unos 60.000 colaboradores ayudan a los 1.100 hermanos hospitalarios en esta misión.
Nuestra labor es evangelizar, iluminar su vida desde la presencia de Dios en la Historia. Somos conscientes de que no podemos presionar. Hacemos gestos, con amplitud, desde el amor, desde la capacidad de comprensión.
A través de nuestras obras, tratamos de encarnar la Hospitalidad, el gran don que nos ha sido legado por San Juan de Dios y que aún nos define a día de hoy. De este valor central emanan otros valores, que caracterizan nuestra manera de “hacer el bien”: la calidad, que consiste en dar el mejor de nosotros mismos con profesionalidad; el respeto, que nos empuja a aceptar el otro con humildad; la responsabilidad, que se traduce en ser exigentes a la hora de aliviar el sufrimiento, y finalmente, la espiritualidad, que nos permite, gracias al don de nuestra persona, llegar al alma de quienes sufren pobreza o enfermedad y vivir el amor universal.
La vida del espíritu existe en todos. Unimos la fe y la profesionalidad. También existen muchas personas que tienen la vida espiritual, sin entretanto dar mucho espacio a la vida de fe, sino desde su sensibilidad en el acompañamiento de la enfermedad, del sufrimiento, de la muerte. A todos ellos los apoyamos, por ellos pedimos y a todos tratamos de respetar.
Tenemos la suerte de ser una Institución universal. Tenemos muchas obras fundadas en todo el mundo por la implicación de Hermanos y colaboradores. En todos los lugares queremos ser testigos del Señor Resucitado. Queremos llegar al corazón de todos.
He tenido la suerte de tener durante varios años una responsabilidad universal y con ello la oportunidad de pisar los lugares más recónditos y acompañarles a todos, con la cercanía, el afecto y la comprensión. Nos hemos escuchados unos con todos, aunque en criterios podamos ser diversos.
El sufrimiento duele, pero une. Nos congrega en los lugares más dispares. Nos hace compartir las dificultades pero nos acerca a los que nos rodean.
Hemos vivido recién el periodo cuaresmal. La liturgia nos ha ilustrado nuestro sentirnos creyentes e identificarnos con el sufrimiento que se hace presente a menudo, en nuestras vidas.
A San Juan de Dios lo hemos venerado siempre como una gran persona, como un gigante de la hospitalidad y, poco a poco, dio los pasos que le hizo brillar al encarnarla en su vida. La trayectoria de su vida fue difícil. La vivió como con una gran entrega. Quienes cuando inició su andadura le gritaban “al loco, al loco”, después lo han valorado como un gran enamorado de hacer el bien a los demás.
La Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, se inició prácticamente de la nada, pero enriquecido por la gracia y por el don de la hospitalidad, ha llegado a los lugares más recónditos de nuestra tierra.
Los Hermanos hemos seguido a Juan de Dios con un gran espíritu de fe. Nos hemos enamorado de su fuerza existencial, de su personalidad entregada a seguir a Jesús. Y nosotros nos hemos sentido sus continuadores en la obra. Poco a poco se ha llegado a los cinco continentes, en donde hemos intentado encarnar su espíritu y vivirlo con esa fuerza, por el bien de la humanidad, apoyando a los enfermos y necesitados, acompañando a sus familiares, con espíritu alegre y responsable, con deseos de hacer el bien a cuantos lo necesitaban.
En muchos lugares hemos compartido siempre lo poco o lo mucho que tenían, pero hemos visto a todos los miembros de la Orden, unidos, alegres y tratando de iluminar la vida de las personas a las que nos hemos dedicado. La Hospitalidad es un gran don, nuestros Hermanos y muchos de nuestros colaboradores, se han entregado a la causa y han sido para nosotros ejemplo de entrega de vida hasta la muerte.
Conocido por muchos fue el esfuerzo que se tuvo que realizar por dos de nuestros hospitales para luchar contra el virus del ébola, algunos religiosos, alguna hermana, muchos más colaboradores se contagiaron y fueron víctimas, perdiendo en el servicio la vida. Les veneramos como grandes santos y tenemos la certeza de que se encuentran en la presencia del Señor.
Queremos ser sus continuadores. Quienes están en el cielo, nos acompañan y nos ayudan desde allí. En un espíritu de generosidad queremos vivir esta pascua, recordándoles, admirándoles identificándonos con la fuerza espiritual que siempre tuvieron.
Nos sentimos contentos de que el Señor nos haya llamado un día a ser miembros de la Orden Hospitalaria.
Gracias Juan de Dios
Fr. Pascual Piles
Anita Bourdin