El Santo Padre retoma las audiencias después de su retiro de cuaresma
(ZENIT- Ciudad del Vaticano).- En la última audiencia del período invernal y en una jornada de sol en Roma, el papa Francisco ingresó este miércoles 15 en la plaza de San Pedro donde varios miles de fieles y peregrinos le esperaban. El Santo Padre en el jeep blanco abierto, pasó entre los pasillos de la Plaza, saludando, bendiciendo a los presentes, en particular a los niños, ancianos y enfermos.
Al bajar del vehículo bendijo una imagen peregrina de la Virgen de Fátima, mientras algunos niños con banderas de China se acercaron a saludarlo.
El Santo Padre prosiguió con las catequesis sobre el tema de la esperanza y señaló que “san Pablo nos recuerda que el secreto para mantenernos alegres en la esperanza es reavivar en nuestros corazones el amor de Dios”.
“Todos somos pecadores -dijo el Pontífice- pero el Señor, que es rico en misericordia, abre ante nosotros una vía de libertad y de salvación, que es la posibilidad de vivir el mandamiento del amor, dejándonos guiar por el corazón del Resucitado”.
Señaló así que “vivir y actuar el mandamiento del amor es un don de la gracia de Dios” y advirtió que por “cuando amamos, hay que evitar caer en la hipocresía de buscar nuestros propios intereses, y también en la idea falsa de pensar que si amamos es sólo mérito nuestro”.
Porque “la auténtica caridad nace del encuentro personal con el rostro misericordioso de Jesús, y nos lleva al encuentro sincero con los hermanos”.
“Sólo de esta forma -aseguró el Obispo de Roma- podremos mantenernos alegres en la esperanza, pues sabemos que a pesar de nuestras debilidades y fallos, y hasta en los momentos más difíciles, el amor de Dios nunca nos abandona, y nos impulsa a compartir con nuestros hermanos todo lo que cada día recibimos de él”.
El Papa concluyó su resumen en español, saludando “cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica.”
“En este tiempo de cuaresma -precisó Francisco- los invito a que, alegres en la esperanza, reaviven en sus corazones el amor que han recibido de Dios y lo compartan con todos los hombres con obras de caridad sincera. ¡Que Dios los bendiga!”.
El Papa en la audiencia: Es un “pecado gravísimo cerrar empresas por motivo de lucro
Trabajadores
Pixabay
En la audiencia el Papa recuerda que el trabajo da dignidad a la persona
“El trabajo nos da dignidad y los responsables de los pueblos tienen la obligación de hacer de todo para que cada hombre y mujer pueda trabajar y así estar con la frente alta: mirar a los otros con dignidad”.
Este ha sido el apremiante llamado realizado por el papa Francisco en la audiencia de este miércoles en la plaza de San Pedro.
“Quien por maniobras económicas, para realizar negociados no enteramente claros cierra fábricas, cierra empresas laborales y quita trabajo a los hombres, esta persona comete un pecado gravísimo”.
El Santo Padre reiteró así lo indicado diversas veces sobre el trabajo y su relación con la dignidad de la persona humana, en un momento de economía globalizada en la cual muchas empresas ‘deslocalizan’ hacia países en los cuales la mano de obra es más barata.
Siria, Líbano y Oriente Medio: el Papa invita a los cristianos a practicar el himno a la caridad
Peregrinos chinos con una imagen de la Virgen de Fátima
(Osservatore Romano©)
En la audiencia el Santo Padre pone en guardia ante el amor hipócrita
“Más grave del odio es el amor vivido con hipocresía; es egoísmo disfrazado y travestido de amor”. Fue el mensaje dirigido a los peregrinos de lengua árabe, en particular a aquellos provenientes de Siria, Líbano y Oriente Medio.
A ellos el pontífice les recordó en los saludos que siguieron a su catequesis, que el amor verdadero, como enseña san Pablo, “es paciente, es servicial; no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad”.
Porque el amor “todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta”, concluyó el Papa antes de ser traducido en árabe por su secretario Mons. Yoannis Lahzi Gaid, copto de Egipto.
El Papa invitó también a los peregrinos de lengua francesa a estar llenos de esperanza en el camino cuaresmal “ciertos de que a través de nuestros fracasos, el amor de Dios es más fuerte y nos dona la ocasión de renovar nuestro corazón para estar a su servicio y al de nuestros hermanos”.
Al saludar a los peregrinos de lengua italiana el Papa demostró su alegría al recibir a los participantes en el Congreso promovido por el Movimiento de los Focolares en ocasión del 50 aniversario de su fundación. A ellos los animó a dar testimonio de la belleza de las nuevas familias, guiados por la paz y por el amor de Cristo.
A los peregrinos de lengua inglesa deseó que la cuaresma sea “un tiempo de gracia y de renovación espiritual” e invocó sobre todos ellos la alegría y la paz del Señor Jesús.
Al saludar a los peregrinos provenientes de los países de lengua alemana y de los Países Bajos, el Papa instó a que “plasmados por la gracia del Señor” puedan “volcar en los hermanos el amor que Dios dona cada día”. Mientras que para los peregrinos de lengua portuguesa pidió “que el Espíritu Santo ilumine las decisiones de sus vidas, para cumplir fielmente la voluntad del Padre”.
Para los jóvenes, los enfermos y los recién casados el pontífice deseó que este tiempo cuaresmal favorezca el acercamiento a Dios, indicando para los primeros el “ayuno de las malas costumbres” para “adquirir mayor dominio sobre sí mismos”. La oración como el medio para sentir cerca a Dios en el sufrimiento, a los enfermos, y el ejercicio de las obras de caridad a los recién casados para “vivir la propia existencia conyugal abriéndola a las necesidades de los hermanos”.
Sergio Mora
Imagen: Audiencia del 15 de marzo de 2017
Texto completo de la catequesis del Papa en la audiencia del 15 de marzo de 2017
La audiencia general en la plaza de San Pedro
¿Cómo hacer que nuestro amor y nuestra caridad no sea hipócrita?
“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Como bien sabemos, el gran mandamiento que nos ha dejado el Señor Jesús es aquel de amar: amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente y amar al prójimo como a nosotros mismos (Cfr. Mt 22,37-39). Es decir, estamos llamados al amor, a la caridad y esta es nuestra vocación más alta, nuestra vocación por excelencia; y a esa está relacionada también la alegría de la esperanza cristiana. Quien ama tiene la alegría de la esperanza, de llegar a encontrar el gran amor que es el Señor.
El apóstol Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos apenas escuchado, nos pone en guardia: existe el riesgo que nuestra caridad sea hipócrita, que nuestro amor sea hipócrita. Entonces nos debemos preguntar: ¿Cuándo sucede esto, esta hipocresía? Y ¿Cómo podemos estar seguros de que nuestro amor sea sincero, que nuestra caridad sea auténtica? ¿De no aparentar de hacer caridad o que nuestro amor no sea una telenovela? Amor sincero, fuerte.
La hipocresía puede introducirse por todas partes, también en nuestro modo de amar. Esto se verifica cuando nuestro amor es un amor interesado, motivado por intereses personales; y cuantos amores interesados existen… cuando los servicios caritativos en los cuales parece que nos donamos son realizados para mostrarnos a nosotros mismos o para sentirnos satisfechos: “pero, qué bueno que soy”, ¿no?: esto es hipocresía; o aún más, cuando buscamos cosas que tienen “visibilidad” para hacer alarde de nuestra inteligencia o de nuestras capacidades.
Detrás de todo esto existe una idea falsa, engañosa, la de decir que si amamos es porque nosotros somos buenos; como si la caridad fuera una creación del hombre, un producto de nuestro corazón. La caridad, en cambio, es sobre todo una gracia, un regalo; poder amar es un don de Dios, y debemos pedirlo. Y Él lo da gustoso, si nosotros se lo pedimos.
La caridad es una gracia: no consiste en el hacer ver lo que nosotros somos, sino en aquello que el Señor nos dona y que nosotros libremente acogemos; y no se puede expresar en el encuentro con los demás si antes no es generada en el encuentro con el rostro humilde y misericordioso de Jesús.
Pablo nos invita a reconocer que somos pecadores, y que también nuestro modo de amar está marcado por el pecado. Al mismo tiempo, pero, se hace mensajero de un anuncio nuevo, un anuncio de esperanza: el Señor abre ante nosotros una vía de liberación, una vía de salvación. Es la posibilidad de vivir también nosotros el gran mandamiento del amor, de convertirnos en instrumentos de la caridad de Dios.
Y esto sucede cuando nos dejamos sanar y renovar el corazón por Cristo resucitado. El Señor resucitado que vive entre nosotros, que vive con nosotros es capaz de sanar nuestro corazón: lo hace, si nosotros lo pedimos. Es Él quien nos permite, a pesar de nuestra pequeñez y pobreza, experimentar la compasión del Padre y celebrar las maravillas de su amor.
Y entonces se entiende que todo aquello que podemos vivir y hacer por los hermanos no es otra cosa que la respuesta a lo que Dios ha hecho y continúa a hacer por nosotros.
Es más, es Dios mismo que, habitando en nuestro corazón y en nuestra vida, continúa a hacerse cercano y a servir a todos aquellos que encontramos cada día en nuestro camino, empezando por los últimos y los más necesitados en los cuales Él en primer lugar se reconoce.
Entonces el Apóstol Pablo con estas palabras no quiere reprocharnos, sino mejor dicho animarnos y reavivar en nosotros la esperanza. De hecho, todos tenemos la experiencia de no vivir a plenitud o como deberíamos el mandamiento del amor. Pero también esta es una gracia, porque nos hace comprender que por nosotros mismos no somos capaces de amar verdaderamente: tenemos necesidad de que el Señor renueve continuamente este don en nuestro corazón, a través de la experiencia de su infinita misericordia.
Entonces sí volveremos a apreciar las cosas pequeñas, las cosas sencillas, ordinarias; volveremos a apreciar todas estas cosas pequeñas de todos los días y seremos capaces de amar a los demás como los ama Dios, queriendo su bien, es decir, que sean santos, amigos de Dios; y estaremos contentos por la posibilidad de hacernos cercanos a quien es pobre y humilde, como Jesús hace con cada uno de nosotros cuando nos alejamos de Él, de inclinarnos a los pies de los hermanos, como Él, Buen Samaritano, hace con cada uno de nosotros, con su compasión y su perdón.
Queridos hermanos, lo que el Apóstol Pablo nos ha recordado es el secreto para estar –cito sus palabras– es el secreto para estar “alegres en la esperanza” (Rom 12,12): alegres en la esperanza. La alegría de la esperanza, para que sepamos que en toda circunstancia, incluso en las más adversa, y también a través de nuestros fracasos, el amor de Dios no disminuye. Y entonces, con el corazón visitado y habitado por su gracia y por su fidelidad, vivamos en la gozosa esperanza de intercambiar con los hermanos, en lo poco que podamos, lo mucho que recibimos cada día de Él. Gracias”.