Fueron obreras textiles las que el 8 de marzo de 1857 salieron a las calles de Nueva York en protesta por sus míseras condiciones de trabajo. En 1907, también en Nueva York, otro grupo de trabajadoras fue a la huelga para reivindicar igualdad salarial, tiempo de lactancia y reducción de jornada. En 1910, en Copenhague, 100 mujeres trabajadoras declararon el día 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.
Por alguna razón, el protagonismo de esas mujeres –que no buscaban en el trabajo asalariado liberarse de sus padres o maridos, sino la supervivencia de sus familias– se ha ido difuminado. Fueron explotadas por ser pobres, pero más aún por ser mujeres. Ellas –militantes socialistas, anarquistas y comunistas, ciudadanas del mundo urbano e industrializado– fueron una parte importante de las masas obreras que se alejaron de la Iglesia. Después, fueron mujeres de clase media-alta quienes, en un intento de liberarse de la cultura tradicional y burguesa, reivindicaron paridad laboral y funcional, libertad sexual, aborto y contracepción, sin que el mundo católico afrontara el desafío. Hoy, las controversias en relación con el género siguen ampliando la brecha.
¿Es que no tenemos una palabra sobre la cuestión de la mujer? ¿Será verdad que el ser mujer se subsume, hasta disolverse, en el universalismo cristiano? Ser mujer, ¿no es una identidad?
La maternidad, el trabajo, la pobreza y la explotación, la violencia machista, la mercantilización del cuerpo de la mujer, la gestación subrogada, la hipersexualización de las relaciones humanas, el lugar social de la feminidad, la acogida, el cuidado… El mundo de las mujeres es plural. Hay cuestiones en las que jamás llegaremos a acuerdos. No se trata de renunciar a la verdad. Pero, ¿por qué negar el encuentro? ¿Por qué no favorecerlo?
Nacer mujer no es nacer esclava. Sin embargo, para millones de nosotras nacer mujer parece ser un castigo de la naturaleza. ¿Cómo explicar que en muchos momentos de la historia la emancipación de la mujer haya pasado, no tanto por la liberación de unas condiciones de vida injustas, sino por liberarse de ser mujer?
Para que ser mujer no sea una condena hay que hacer posible que podamos vivir sin desear arrancar de nuestro ser aquello que nos hace diferentes, pero no por eso desiguales. Y para conseguirlo hay que transformar las condiciones de vida de millones de mujeres cuyos cuerpos y almas son devastados al ser reducidos a objetos de libre disposición. No todo lo que ayer parecía libertad, ha sido verdadera liberación. Y si así sucede en sociedades formalmente igualitarias, ¿qué no sucederá en otras?
Mª Teresa Compte Grau
Directora del Máster de DSI (UPSA)
Alfa y Omega
Fecha de Publicación: 08 de Marzo de 2017
Foto: CNS