La semana pasada se publicaron en la prensa española varios artículos sobre gestación subrogada. El tono y las consideraciones de algunos de ellos me hicieron recordar el mensaje que Maritain pronunció en la sesión inaugural de la II Conferencia Internacional de la UNESCO sobre de la posibilidad de que hombres teóricamente opuestos entre sí pudieran alcanzar acuerdos prácticos. No sé si peco de crédula, pero algunos de los artículos a los que me refiero me han hecho pensar en la posibilidad de llegar a esos acuerdos en un asunto grave que afecta a las mujeres y a su maternidad.
Los defensores de la legalización de la gestación subrogada sostienen que esta no es más que un ejercicio de libertad que se formaliza a través de un acuerdo comercial similar al que pudiera establecerse en procedimientos de reproducción asistida. La mujer, dicen, acepta libremente unas condiciones y recibe una remuneración, que varía en razón del funcionamiento armonioso de la sociedad en la que reside, a cambio de la prestación de un servicio de naturaleza reproductiva. Donde hay libertad, no hay nada que objetar. Además, añaden, no hay problema en desnaturalizar la maternidad. Si algo debemos agradecer a los defensores de la maternidad subrogada es que no se anden con paños calientes. No se trata de altruismo ni de solidaridad reproductiva. Se trata, simple y llanamente, de un negocio.
Las consideraciones de tipo antropológico, ético, jurídico y político que pueden y deben hacerse son muchas. No hay que hurtar nada al debate de los principios, pero si la realidad es más importante que la idea, como dice Evangelii gaudium, es urgente, porque el asunto es muy grave, que lleguemos a acuerdos prácticos con quienes, vengan de donde vengan, siguen creyendo que una persona no es una mercancía; que la mujer no es un objeto disponible, como tampoco un instrumento de producción con el que satisfacer los deseos de los hombres y las necesidades de la industria reproductiva; que la maternidad no puede despersonalizarse; que la libertad no basta para determinar la justicia de los acuerdos; que donde se actúa forzado por la necesidad no hay libertad; que los derechos de unos no pueden ejercerse contra los derechos de otros y que los derechos humanos son indisponibles. ¿De verdad es más difícil hoy que en 1947 que mujeres y hombres que teóricamente nos oponemos entre sí podamos llegar a acuerdos prácticos?
Mª Teresa Compte Grau
Directora del Máster en Doctrina Social de la Iglesia (UPSA)
Publicado por Alfa y Omega el 16 de Febrero de 2017
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