En un largo discurso al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Santo Padre reflexiona sobre la seguridad y la paz
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha recibido al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede para el tradicional saludo al inicio del año, con un discurso dedicado al tema de la seguridad y de la paz, “porque en el clima general de preocupación por el presente y de incertidumbre y angustia por el futuro” considera importante “dirigir una palabra de esperanza, que nos señale también un posible camino para recorrer”.
De este modo, el Santo Padre ha asegurado que si hoy para muchos la paz es un bien que se da por descontado, casi un derecho adquirido al que no se le presta demasiada atención, “para demasiadas personas esa paz es todavía una simple ilusión lejana”. Así, ha advertido de que millones de personas viven hoy en medio de conflictos insensatos. Con frecuencia, ha reconocido, nos sentimos abrumados por “las imágenes de muerte”, “el dolor de los inocentes que imploran ayuda y consuelo”, “el luto del que llora un ser querido a causa del odio y de la violencia”, “el drama de los refugiados que escapan de la guerra o de los emigrantes que perecen trágicamente”.
El Pontífice ha manifestado la viva convicción de que “toda expresión religiosa está llamada a promover la paz”. Sabemos –ha observado– que se ha cometido violencia por razones religiosas, comenzando precisamente por Europa, donde las divisiones históricas entre cristianos han durado mucho tiempo. Por eso ha recordado que en su reciente viaje a Suecia, quiso recordar que “tenemos una urgente necesidad de sanar las heridas del pasado y de caminar juntos hacia metas comunes”. En la base de ese camino “ha de estar el diálogo auténtico entre las diversas confesiones religiosas”. Un diálogo “posible y necesario”, como ha tratado de atestiguar en el encuentro que tuvo en Cuba con el Patriarca Cirilo de Moscú, así como en los viajes apostólicos a Armenia, Georgia y Azerbaiyán. Al mismo tiempo, Francisco ha pedido no olvidar las muchas iniciativas, inspiradas en la religión, que contribuyen, incluso a menudo con el sacrificio de los mártires, “a la construcción del bien común por medio de la educación y la asistencia”, sobre todo en las regiones más desfavorecidas y en las zonas de conflicto.
En concreto, el Santo Padre ha condenado el terrorismo de matriz fundamentalista, “que en el año pasado ha segado la vida de numerosas víctimas en todo el mundo”: en Afganistán, Bangladesh, Bélgica, Burkina Faso, Egipto, Francia, Alemania, Jordania, Irak, Nigeria, Pakistán, Estados Unidos de América, Túnez y Turquía. Son –ha subrayado el Santo Padre– gestos viles, que usan a los niños para asesinar, como en Nigeria; toman como objetivo a quien reza, como en la Catedral copta de El Cairo, a quien viaja o trabaja, como en Bruselas, a quien pasea por las calles de la ciudad, como en Niza o en Berlín, o sencillamente celebra la llegada del año nuevo, como en Estambul.
Por esa razón, ha explicado que se trata de “una locura homicida que usa el nombre de Dios para sembrar muerte, intentando afirmar una voluntad de dominio y de poder”. Así, ha hecho un llamamiento a todas las autoridades religiosas para que unidos “reafirmen con fuerza que nunca se puede matar en nombre de Dios”. El terrorismo fundamentalista –ha observado– es fruto de una grave miseria espiritual, vinculada también a menudo a una considerable pobreza social. Al respecto ha explicado que sólo podrá ser plenamente vencido con la acción común de los líderes religiosos y políticos. A los primeros “les corresponde la tarea de transmitir aquellos valores religiosos que no admiten una contraposición entre el temor de Dios y el amor por el prójimo”. A los segundos “garantizar en el espacio público el derecho a la libertad religiosa, reconociendo la aportación positiva y constructiva que ésta comporta para la edificación de la sociedad civil, en donde la pertenencia social, sancionada por el principio de ciudadanía, y la dimensión espiritual de la vida no pueden ser concebidas como contrarias”. Además, les corresponde también “la responsabilidad de evitar que se den las condiciones favorables para la propagación de los fundamentalismos”.
A este respecto, ha expresado la convicción de que la autoridad política no sólo debe garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos “sino que también está llamada a ser verdadera promotora y constructora de paz”.
Por otro lado, el Santo Padre se ha mostrado convencido de que para muchos el Jubileo extraordinario de la Misericordia ha sido una ocasión particularmente propicia para descubrir también la «incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social”. De este modo ha invitado a contruir sociedades abiertas y hospitalarias para los extranjeros y, al mismo tiempo, seguras y pacíficas internamente. Esto es aún más necesario hoy en día en que siguen aumentando, en diferentes partes del mundo, los grandes flujos migratorios. Pienso sobre todo en los numerosos refugiados y desplazados en algunas zonas de África, en el Sudeste asiático y en aquellos que huyen de las zonas de conflicto en Oriente Medio. Es necesario –ha subrayado el Papa– un compromiso común en favor de los inmigrantes, los refugiados y los desplazados, que haga posible el darles una acogida digna. Los inmigrantes, ha añadido, “no deben olvidar que tienen el deber de respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los acogen”.
Por eso mismo ha advertido de que “no se puede de ningún modo reducir la actual crisis dramática a un simple recuento numérico”. Los inmigrantes “son personas con nombres, historias y familias”, y “no podrá haber nunca verdadera paz mientras quede un solo ser humano al que se le vulnere la propia identidad personal y se le reduzca a una mera cifra estadística o a objeto de interés económico”. Así, se ha mostrado agradecido a todos los países que acogen generosamente a los necesitados, comenzando por algunas naciones europeas, especialmente Italia, Alemania, Grecia y Suecia. Aunque no se puede olvidar “la hospitalidad ofrecida por otros países europeos y de Oriente Medio, como Líbano, Jordania y Turquía”, así como el compromiso de diferentes países de África y Asia. A este punto ha recordado su viaje a México, donde se sentiió cerca de los miles de inmigrantes centroamericanos “que sufren terribles injusticias y peligros en su intento de alcanzar un futuro mejor”, y que “son víctimas de extorsión y objeto de ese despreciable comercio ―horrible forma de esclavitud moderna― que es la trata de personas”.
Enemiga de la paz es una “visión reductiva” del hombre, que abre el camino a la propagación de la iniquidad, las desigualdades sociales y la corrupción, ha reconocido el Papa.
Prosiguiendo el discurso, el Santo Padre ha subrayado que los niños y los jóvenes son el futuro, se trabaja y se construye para ellos. “No podemos descuidarlos y olvidarlos egoístamente”, ha precisado. Por esta razón, considera prioritaria “la defensa de los niños”, cuya inocencia ha sido frecuentemente rota bajo el peso de la explotación, del trabajo clandestino y esclavo, de la prostitución o de los abusos de los adultos, de los pandilleros y de los mercaderes de muerte.
Y en esta línea, a los jóvenes y toda la población Siria dirige constantemente su pensamiento, a la vez que hace un llamamiento a la comunidad internacional “para que trabaje con diligencia para poner en marcha una seria negociación, que ponga definitivamente fin a un conflicto que está provocando un verdadero desastre humanitario”. El deseo común –ha indicado– es que la tregua que se ha firmado recientemente sea para todo el pueblo sirio un signo de la esperanza que tanto necesita.
También ha lanzado una invitación para erradicar “el despreciable tráfico de armas y la continua carrera para producir y distribuir armas cada vez más sofisticadas”. Causan un gran desconcierto –ha observado– las pruebas llevadas a cabo en la Península coreana, que desestabilizan a la región y plantean a la comunidad internacional unos inquietantes interrogantes acerca del riesgo de una nueva carrera de armamentos nucleares.
Enemiga de la paz es también “la ideología, que se sirve de los problemas sociales para fomentar el desprecio y el odio y ve al otro como un enemigo que hay que destruir”. Por eso, el Santo Padre ha advertido de que desafortunadamente, nuevas formas de ideología aparecen constantemente en el horizonte de la humanidad. Y ha señalado que haciéndose pasar por portadoras de beneficios para el pueblo, dejan en cambio detrás de sí “pobreza, divisiones, tensiones sociales, sufrimiento y con frecuencia incluso la muerte”. La paz, sin embargo, “se conquista con la solidaridad”.
La misericordia y la solidaridad –ha asegurado el Pontífice– es lo que mueve a la Santa Sede y a la Iglesia Católica en su compromiso decidido por solucionar los conflictos o seguir los procesos de paz, de reconciliación y la búsqueda de soluciones negociadas a los mismos. Así ha mencionado el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos y el esfuerzo para terminar con años de conflicto en Colombia. Este planteamiento busca fomentar la confianza mutua, mantener caminos de diálogo y hacer hincapié en la necesidad de gestos valientes, “que son muy urgentes también en la vecina Venezuela”, donde las consecuencias de la crisis política, social y económica, están pesando desde hace tiempo sobre la población civil. Del mismo modo sucede en otras partes del mundo, empezando por Oriente Medio, para poder poner fin no solo al conflicto sirio, sino también para promover una sociedad plenamente reconciliada en Irak y en Yemen. La Santa Sede –ha aseverado el Papa– renueva también su urgente llamamiento para que se reanude el diálogo entre israelíes y palestinos. En esta misma línea ha mencionado los conflictos en Libia, así como Sudán y Sudán del Sur, República Centroafricana, República Democrática del Congo y Myanmar. También en Europa, ha asegurado el Papa, la disponibilidad al diálogo es la única manera de garantizar la seguridad y el desarrollo del Continente. Por tanto, se ha alegrado de las iniciativas destinadas “a promover el proceso de reunificación de Chipre” mientras que espera que en Ucrania “se sigan buscando con determinación soluciones viables para la plena aplicación de los compromisos asumidos por las partes”. Toda Europa, ha recordado, está atravesando un momento decisivo de su historia, en el que está llamada a redescubrir su propia identidad. Para ello es necesario volver a descubrir sus raíces con el fin de plasmar su propio futuro.
Finalmente, el Santo Padre ha indicado a los presentes que construir la paz significa también trabajar activamente para el cuidado de la Creación. El Acuerdo de París sobre el clima es un “signo importante de nuestro compromiso común por dejar a los que vengan después de nosotros un mundo hermoso y habitable”. Aunque hay fenómenos que sobrepasan la capacidad de la acción humana. Por eso se ha referido a los numerosos terremotos que han golpeado a algunas regiones del mundo, en particular en Ecuador, Italia e Indonesia.
La paz –ha concluido Francisco– es un don, un desafío y un compromiso. Un don porque brota del corazón de Dios; un desafío, porque es un bien que no se da nunca por descontado y debe ser conquistado continuamente; un compromiso, ya que requiere el trabajo apasionado de toda persona de buena voluntad para buscarla y construirla. No existe la verdadera paz si no se parte de una visión del hombre que sepa promover su desarrollo integral, teniendo en cuenta su dignidad trascendente.
Rocío Lancho García
Imagen: El Papa Francisco y el cuerpo diplomático
(© Osservatore Romano)