De todos es conocido el importante problema médico y social que plantean los trasplantes de órganos por la escasez cada día mayor de éstos. De ahí la necesidad de ir buscando soluciones, que en un futuro, más o menos próximo, puedan solventar el problema. Una de ellas es la producción de quimeras animales en las que se puedan desarrollar órganos cuasi-humanos. Esto se ha intentado utilizando células madre embrionarias humanas para inyectarlas en ratones (Nature 521; 316-321, 2015), pero esta práctica plantea problemas importantes, tanto desde el punto de vista médico como ético. En relación con los primeros, la principal dificultad es que al tratarse de un material alógenico puede ocasionar problemas de rechazo inmunológico todavía no solventados. Por otro lado, desde un punto de vista ético, por requerir la obtención de este tipo de células la destrucción de embriones humanos, su uso conlleva dificultades éticas, yo diría que insalvables. Además las células humanas trasplantadas pueden colonizar los órganos del animal receptor, por lo que se pueden generar animales con órganos prácticamente humanos, lo que implica nuevos y grandes desafíos éticos.
Pero al margen del uso de células madre embrionarias humanas, ahora se abren nuevas posibilidades para este tipo de experiencias al ponerse a punto la reprogramación de células somáticas adultas de las que se pueden derivar las denominadas células iPS, que por poder obtenerse de células somáticas del individuo que requiere el trasplante minimizan el rechazo inmunológico. Una atractiva posibilidad terapéutica que tiene visos de poderse poner en marcha en futuro más o menos próximo.
En relación con ello se publica en Journal Medical Ethics (41; 970-974, 2015), un interesante artículo que comentamos.
Comienza dicho artículo haciendo una amplia referencia a los problemas que se les pueden plantear a los pacientes que están esperando ser trasplantados, que además de restarles calidad de vida, puede en ocasiones, conducirlos a la muerte.
También se hace referencia a los intentos de diversos países por solucionar este problema, especialmente con políticas que estimulen la donación, y otras acciones médicas, como pueden ser los xenotrasplantes, la creación de órganos bioartificiales y la construcción de órganos biónicos. Pero las tres posibilidades presentan problemas técnicos aun sin solucionar, aunque ello se está intentando. Por ello, la posibilidad de producir órganos en animales utilizando células iPS humanas (hiPS) ofrece importantes ventajas.
Continúa el articulo haciendo referencia las potencialidades médicas de las células pluripotentes, y a que desde 2006 estas células se pueden producir en el laboratorio reprogramando células somáticas adultas, son las ya mencionadas células iPS.
En relación con ello, estudios japoneses recientes han demostrado la posibilidad de producir órganos (timo y páncreas) en quimeras animales, utilizando células iPS obtenidas de células somáticas de ratas e inyectándolas en blastocitos de ratones mutados, comprobando que estas células se integran con los embriones murinos y pueden desarrollar los tejidos y órganos deseados.
Valoración ética de la producción de órganos humanos en animales
Sin embargo, este tipo de experiencias presentan importantes problemas que deben ser resueltos . Uno de ellos pudiera ser el riesgo de zoonosis, es decir la posibilidad de que un virus animal mutado pudiera transferirse a seres humanos, con la posibilidad de producir una pandemia, aunque el riesgo de que ello ocurriera es menor que en el caso de los xenotrasplantes, ya que los órganos producidos serían cuasi- humanos. Pero aunque el riesgo de zoonosis fuera mínimo, es necesario tener en cuenta esta posibilidad por la magnitud del problema que se podría producir.
Concluyendo, se puede afirmar que, aunque producir órganos cuasi-humanos en animales ofrece unas enormes posibilidades de cara a solventar la escasez de órganos para trasplantes, antes de utilizar estas técnicas en la clínica humana habría que solucionar todos los problemas médicos y éticos que éstas conllevan.
Justo Aznar, Observatorio de bioética
Universidad Católica de Valencia
Foto: ADN