El cardenal Lacunza y los obispos Ulloa Mendieta y Ochogavia Barahona comentan el anuncio del Papa de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud del 2009 en el país centro-americano
(ZENIT – Cracovia).-“Un bálsamo para todos los jóvenes víctimas de la pobreza extrema, inmigración, droga, trata de seres humanos y todos los tipos de violencia”: esto será la 32º Jornada Mundial de la Juventud que, como anunció ayer el Papa, tendrá lugar en el 2019 en Panamá. Lo indicó monseñor José Domingo Ulloa Mendieta, arzobispo de Panamá, durante una rueda de prensa que tuvo lugar después del anuncio en la sala de prensa del Cracovia.
“La JMJ puede ayudar a los jóvenes” dijo el prelado, y puede ayudar también a este país que se presenta geográficamente como un “puente” entre América del norte y América del sur y con todas las regiones que la rodean.
En Panamá, además, fue fundada la primera diócesis americana en 1513; una larga tradición, por tanto, realizada gracias al compromiso de misioneros europeos que llegaron a esas costas para evangelizar.
Somos un país pequeño –80 mil km2 y apenas 4 millones de habitantes– pero somos también una especie de puente entre las dos Américas, recordó Ulloa. “Con esta decisión, el Santo Padre nos ha lanzado un desafío: ser una Iglesia en salida a las periferias, para llegar a las periferias geográficas, pero también a las periferias humanas. Y la próxima JMJ podrá ser una gran oportunidad de encuentro para llevar la fe a los jóvenes de América Central”.
Pero el evento será también una oportunidad para conocer un país fascinante que, desde hace poco tiempo, vive un momento de desarrollo, como recordó el cardenal José Luis Lacunza Maestrojuán. “En Panamá y fuera de Panamá se preguntan si somos capaces de organizar una JMJ. Muchas personas me hicieron la misma pregunta también cuando queríamos construir el canal. Ahora existe, funciona y, desde que volvió a nuestras manos después de 100 años, está claro que somos capaces de gestionarlo, que no se ha convertido en un estanque, es más, cada vez trae más provecho”.
Panamá, subrayó el purpurado, “es un puente que une el mundo, sobre todo a los jóvenes latinoamericanos para la posición geográfica y desde el punto de vista aéreo y terrestre con los otros países”. La esperanza es, por tanto, que vengan el mayor número de jóvenes posible, “quizá también con barcos como los viejos misioneros” bromeó Ulloa.
“Pero no porque Panamá quiera tener beneficios particulares”, precisó Lacunza, sino para “enseñar a los jóvenes a reflexionar sobre su futuro para construirlo con valentía y sobre su pasado para entender de dónde vienen”.
Los peregrinos podrán descubrirlo a través de una Iglesia fuertemente enraizada en el territorio y en la historia del país, como subrayó monseñor Manuel Ochogavia Barahona, obispo de Colon-Kuna Yala.
La Iglesia –dijo en su intervención– siempre ha seguido y acompañado la historia de la nación: una historia basada en la confianza en el gran amor a Cristo. Por tanto una Iglesia muy creyente, donde es fuerte el culto a la Virgen que es Madre de nuestra nación.
Pero Panamá, señaló el obispo, es también mucho más: “Es cultura, es fiesta, es cantos, música, bailes como la salsa. Es un país donde los grandes paisajes se mezclan con “varias culturas y tradiciones que han encontrado aquí su patria”. Panamá, de hecho, es “un país de encuentro, abierto y acogedor hacia todo el mundo, donde nadie se siente excluido. Porque nosotros –aseguró el prelado– desde siempre queremos construir la paz, queremos construir una sociedad joven, una sociedad calurosa.
Salvatore Cernuzio 1.8.2016