Usted creció en Japón en las décadas posteriores al bombardeo atómico contra Hiroshima y Nagasaki. ¿Cómo marcaron al país, y a usted misma?
Obviamente, crecí aprendiendo sobre ello. Cuando tenía unos 10 o 12 años visité esas ciudades, y una vez que las has visto el recuerdo se queda contigo. Cuando ocurrió, mi padre tenía 15 años y vivía en Kumamoto, cerca [a unos 100 kilómetros, N. d. R.] de Nagasaki. Nos contó bastantes veces, a mí y a mis hijas, el recuerdo de ver la nube en forma de hongo y preguntarse qué sería. Además, la familia de mi madre era de Nagasaki, aunque se mudaron cerca de Tokio antes, cuando ella tenía 2 años. La niñera les pidió irse con ellos, pero mis abuelos no accedieron. Después de la guerra intentaron buscarla, y descubrieron que había muerto. Mi abuela tenía ese remordimiento, hablaba con frecuencia de ella y decía que deberían habérsela llevado con ellos. Estas historias hacen que para mí las personas que mueren en las guerras (no solo en Japón) tengan rostro. Tenían sus vidas, gente a la que querían y que las quería. Cuando ocurren catástrofes así tienden a convertirse en número, y es importante recordar que cada uno tiene una historia.
¿Así enfoca su trabajo?
Claramente, esto ha dejado una impresión en mi vida y actitudes. Pero no hago mi trabajo en particular por ello, sino que es más bien una motivación de fondo. También me ayuda el hecho de poder hablar en japonés con los “hibakusha”, los supervivientes de las bombas atómicas. Este tipo de cosas me motivan para trabajar aún más duro en este tiempo de difíciles retos.
¿Incluirá esos desafíos en sus mensajes por el 75º aniversario?
Es una ocasión muy, muy importante. Por supuesto, para rendir homenaje a las víctimas y los supervivientes. Pero también para que la ONU lance un fuerte mensaje sobre nuestra determinación acerca del desarme nuclear, que sigue siendo la más alta prioridad en materia de desarme para nosotros; y para pedir que quienes tienen la responsabilidad de trabajar por él renueven su compromiso y vuelvan al diálogo. La situación actual no es positiva. La relación entre los estados poseedores de armas nucleares está deteriorándose, y la crisis del COVID-19 en cierto sentido ha exacerbado las tensiones entre estados. Por eso este viaje es tan importante.
El tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio entre Estados Unidos y Rusia caducó el año pasado, el New START lo hace el año que viene y todavía no está claro que vaya a renovarse, persisten las amenazas de Corea del Norte e Irán, Turquía podría querer sumarse a la carrera… Hablar de desafíos casi es un eufemismo.
Esas realidades que cita son al tiempo las razones y los síntomas de la situación. Los países no confían unos en otros, se fían más del camino militar y del enfrentamiento que del diálogo, la negociación y la diplomacia. Estos tiempos de desconfianza llevan a la dinámica de las carreras armamentísticas y a los círculos viciosos de deterioro de la seguridad internacional. A esto se suma la existencia de nuevas tecnologías que se desarrollan muy rápidamente, como la inteligencia artificial.
Pero el principal desafío, al que nos enfrentamos diariamente en la ONU, es que las grandes potencias son incapaces de sentarse a hablar. El Consejo de Seguridad sufre divisiones muy graves, y por eso no es capaz de funcionar como es debido. Han regresado tensiones similares a las de la Guerra Fría, pero estas son mucho más complicadas porque no se trata solo del enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia.
¿Tiene sentido seguir hablando de desarme?
La historia nos muestra que incluso en los momentos de más tensión se puede avanzar hacia él. El ejemplo más clásico es el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares, firmado en 1963, solo un año después de la Crisis de los Misiles en Cuba. Es posible, si los países se dan cuenta de que el desarme es bueno para su propia seguridad, y no al revés. Los exhortamos a que lo hagan. La historia nos muestra que el mundo estuvo muy cerca de una guerra nuclear, y afortunadamente se evitó en varias ocasiones. Según numerosos expertos, hemos vuelto a un nivel de riesgo inaceptablemente alto. Estamos muy preocupados.
¿Cómo lograr que esos milagros vuelvan a ocurrir?
En primer lugar es necesario juntarse para debatir medidas de reducción del riesgo nuclear, que nos aseguren que un error o un fallo de cálculo no nos lleven a la guerra, incluidos mecanismos de comunicación. En la Guerra Fría, Estados Unidos y la URSS mantuvieron líneas directas tanto a nivel político como militar. Actualmente no parece que exista una comunicación robusta. Y eso contribuye al riesgo. Pero la mejor forma de librarnos totalmente del peligro es retomar medidas para la eliminación total de las armas nucleares. Se habla de un uso limitado en contextos concretos, pero sabemos que eso solo llevará a escaladas y situaciones muy peligrosas.
En 2017, usted participó en el simposio Perspectivas para un mundo libre de armas nucleares y un desarme integral, organizado por la Santa Sede. ¿Qué importancia tuvo este encuentro?
Disfruté mucho en él, y creo que fue muy útil. Después, además, el Papa visitó Hiroshima y Nagasaki y eso también tuvo un enorme impacto en Japón. La Iglesia católica tiene una influencia ética y religiosa sobre los ciudadanos de todo el mundo que se extiende mucho más allá de los muros del Vaticano y de ese simposio, y que le da mucha autoridad para manifestar a la opinión pública mundial que debemos revertir la tendencia actual y regresar al camino del desarme nuclear. Estamos muy agradecidos de que lance repetidamente ese mensaje.
Cuando se celebró ese encuentro, se acababa de aprobar el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. Solo lo habían ratificado tres países, entre ellos la Santa Sede. Ahora son 40, y solo quedan diez para que entre en vigor. ¿Se está desarrollando de acuerdo a sus expectativas?
No queremos especular sobre cuándo entrará en vigor, para no equivocarnos (ríe). Pero podría ser entre finales de este año y el próximo. El ritmo de ratificación está siendo el mismo que con otros tratados. El hecho de que los países lo sigan ratificando, incluso en medio de la crisis del coronavirus, es una prueba de que hay muchos países comprometidos. Y cuando entre en vigor, estaremos listos para apoyarlos.
Pero entre esos países no hay ni se espera a ninguno con armas nucleares. ¿Qué sentido tiene entonces?
En desarme, nunca se trata de un único tratado, sino de un régimen internacional que nos mueva en esa dirección. El Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares sigue siendo clave, porque es vinculante para los cinco estados poseedores de armas nucleares reconocidos por el tratado. Y hay otros instrumentos, como acuerdos bilaterales o el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, que aunque aún no ha entrado en vigor ha creado una fuerte mentalidad contra estas pruebas y ha suscitado una moratoria que se mantiene.
El Tratado sobre la Prohibición, cuando entre en vigor, será parte importante de este sistema. Su aportación, en efecto, es un tema controvertido. Ni los países con armas nucleares ni sus aliados tienen intención de sumarse a él de momento. Pero cuando entre en vigor fortalecerá la percepción de que las armas nucleares no son buenas y deben desaparecer. Esperamos que sea un impulso positivo para alcanzar un mundo libre de ellas.
Y, aun si los países con armas nucleares no quieren ratificarlo (es una decisión soberana suya), todavía pueden redoblar sus esfuerzos por otras muchas vías. Eso es lo que les pedimos.
Estados Unidos insiste en que China se sume a las negociaciones para renovar el New START. Independientemente de la intención con la que lo haga, subraya la importancia que tiene en este ámbito el multilateralismo, una de las grandes apuestas del Papa.
Agradecemos mucho la insistencia del Papa sobre este tema; es exactamente el tipo de voces que necesitamos y nos da mucho ánimo, en particular ahora cuando vemos tantos movimientos unilaterales. En relación con el New START, animamos insistentemente a Estados Unidos y a la Federación Rusa a que negocien para prolongarlo, de ser posible por el tiempo máximo de cinco años. Sin él, el mundo no tendría ninguna restricción en cuanto a los arsenales nucleares, y eso sería muy peligroso. Es bueno que el diálogo continúe, como ocurrió en Viena a finales de junio.
¿Con o sin China?
La Federación Rusa y Estados Unidos todavía poseen el 90 % del arsenal nuclear mundial, unas 6.000 cabezas nucleares cada uno. Hay que subrayar la especial responsabilidad de estos países, que también implica que deben jugar un papel de liderazgo en el desarme. Pero es verdad que el mundo es muy diferente ahora, y hay que mirar si los mecanismos actuales de desarme encajan en él. Hablo con China con frecuencia (necesito tener una relación de confianza con los cinco estados nucleares clave, y quiero creer que la tengo), y mi mensaje para ellos es que, reconociendo la responsabilidad especial de las superpotencias, el hecho de que la animen a implicarse en estas negociaciones significa que se reconoce su papel como superpotencia. Y que ella debe querer contribuir a asegurar la estabilidad y seguridad internacional.
Espero que en algún momento se vea la forma de que China y otros estados nucleares se impliquen en las negociaciones. De hecho, cuando China fue coordinadora del N5 (el mecanismo de debate entre los cinco estados poseedores de armas nucleares, en el contexto de Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares) hizo muchos esfuerzos para acercar a todos los estados nucleares. No conocemos los detalles, pero sabemos que hablaron de cómo mejorar la transparencia sobre sus doctrinas militares y cómo miran, dentro de ellas, a las armas nucleares. Estos esfuerzos deben continuar.
¿Cómo pueden los estados no nucleares presionar a los nucleares, más poderosos, para que avancen hacia el desarme?
Ese punto es muy importante. En realidad, el hecho de que los Estados no poseedores de armas nucleares hayan expresado firmemente su fuerte deseo de eliminación nuclear en forma del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares fue algo muy importante. Todos los países tienen una responsabilidad en el desarme y pueden contribuir hacia él, incluso aquellos que no poseen armas nucleares. Como sabe, la Conferencia de Desarme, el foro para negociar acuerdos sobre este tema, ha estado bloqueada durante más de 20 años, y gran parte de la maquinaria de desarme de la ONU también está en punto muerto. Eso no significa que las negociaciones sean imposibles. Al contrario, cuando hay voluntad política, los estados miembros siempre encuentran vías para negociar. El Tratado sobre el Comercio de Armas se negoció, se adoptó y hoy tiene un gran apoyo, y se negoció en el marco de la Asamblea General. Otro ejemplo de la voluntad política conduce al progreso es la negociación y la adopción de la Convención sobre municiones en racimo. Es cuestión de voluntad política, y para que esta se genere, miramos al papel de la sociedad civil, por ejemplo de la Iglesia católica. Pueden tener mucha influencia.
Setsuko Thurlow superviviente
El 6 de agosto de 1945 Setsuko Thurlow y sus compañeras, todas en torno a los 15 años, se estrenaban como descifradoras de códigos para el Ejército de Japón. A las 8:15 horas «vi un tremendo flash por la ventana y supe que mi cuerpo estaba volando». Comprendió que había sido Estados Unidos. Un ataque muy diferente. Ella tuvo suerte: solo sufrió heridas por el derrumbe del edificio. A 300 compañeros de su colegio los habían mandado a trabajar en las obras del centro de la ciudad. Hubo personas que «simplemente se vaporizaron» por los más de 3.000 ºC que alcanzó la zona. Otros «quedaron carbonizados. Una compañera que sobrevivió nos contó que, arrastrándose, formaron un círculo y empezaron a cantar himnos. Uno a uno fueron derrumbándose y muriendo».
En diciembre de 2017, Thurlow recogió el Premio Nobel de la Paz en nombre de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), principal artífice del tratado para su prohibición. También participa en encuentros promovidos por Justicia y Paz y otras entidades de Iglesia para sensibilizar sobre el horror nuclear. No acabó ahí, ni con los heridos que llegaban por miles a las afueras, con «la piel y la carne cayéndoseles» y suplicando agua. «Una semana después mis tíos, sin daños visibles, se pusieron muy enfermos, vomitaban y les salieron manchas moradas por todo el cuerpo. Al poco, murieron». La radiación siguió siendo un asesino invisible durante mucho tiempo.
Izumi Nakamitsu
Izumi Nakamitsu (Tokio, 1963), alta representante de la ONU para Asuntos de Desarme, se mantiene aislada desde hace unos días en Japón, su país natal. Debido a la pandemia, representará al secretario general en los actos por el 75 aniversario de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. «En el último momento vio que no era realista», pero «tenía muchas ganas de venir». «Hay que subrayar mucho esta ocasión», pues la amenaza ha vuelto a niveles de la Guerra Fría.
María Martínez López