Agostino Gemelli. Cuántas veces resonaron esas dos palabras para referirse al policlínico romano donde ingresaba con frecuencia san Juan Pablo II en sus últimos tiempos. Su nombre se debe a una de las trayectorias católicas más fecundas del siglo XX: la de un médico ateo que se convirtió besando a un leproso, antes de hacerse franciscano y de desarrollar su brillante carrera académica –fundó la Universidad Católica de Milán– y científica bajo la inspiración exclusiva de la fe.
«Mira, voluntario, me estoy muriendo lejos de los míos. Si estuviera aquí mi madre, me daría un beso. ¿Me lo puedes dar tú?». Quien formula esta pregunta es un soldado cuyo cuerpo estaba repleto de llagas. Su destinatario es Edoardo Gemelli, un joven médico milanés que cumple sus obligaciones castrenses en el hospital militar de la capital lombarda y que se queda atónito ante la petición. Tras unos momentos de duda, habla consigo mismo: «¡Eres un desgraciado! ¿Qué haría Jesucristo, el que murió por los hombres?». Resuelto el dilema, besó al soldado moribundo, que a continuación le pidió que llamase al capellán para que le llevase la comunión. Le resultó más difícil atender esta petición, pero accedió. Según escribe su biógrafa Marisa Tiraboschi, «por primera vez ejerció de monaguillo, sin saber responder a las oraciones del sacerdote». La primera vez y la última, pues de esta ignorancia momentánea surgió uno de los itinerarios espirituales más fecundos de la época contemporánea; si bien no se puede entender sin antes sumergirse en su procedencia intelectual.
Edoardo Gemelli había nacido en Milán el 18 de enero de 1878, hijo de un matrimonio de ideas garibaldianas. Su padre, masón confeso, cedía su piso para la celebración de tenidas de logia. Edoardo fue bautizado «por tradición» y matriculado en el colegio militar Longoni, «tal vez para mantenerle alejado de cualquier influencia clerical, tal vez para inculcarle el sentido del deber», indica María Sticco, otra de sus biógrafas. Sea como fuere, ambos objetivos fueron alcanzados. Además, en aquel colegio Edoardo entabló una amistad con Ludovico Necchi, católico convencido, que sería decisivo en su acercamiento a la fe y se convertiría en uno de sus más estrechos colaboradores. Ambos, una vez terminada la educación secundaria, marcharon a Pavía para estudiar Medicina, si bien cada uno desarrollaba actividades extraacadémicas bien distintas: mientras Necchi dedicaba mucho tiempo a la pastoral universitaria y a satisfacer sus inquietudes espirituales, Gemelli hacía lo propio frecuentando, entre otros, a Roberto Ardigò, uno de los principales exponentes del positivismo.
El mérito de Necchi consistió en no cejar en su empeño de preocuparse por la vida espiritual de su íntimo amigo. Y lo hizo de la forma que más podía interesar a Gemelli, la de las ciencias. Sin ir más lejos, le pone en contacto con un sacerdote de apellido Ballerini, que le presta el tratado de Psicología escrito por el cardenal belga Michel Mercier. También le presenta a monseñor Pietro Maffi, astrónomo y futuro arzobispo de Pisa. Maffi pronto percibió en Gemelli algo que iba más allá de los astros. «No es un mensaje preciso de fe, pero algo que debilita en su mente la antítesis ciencia-religión», precisa Tiraboschi. En esa situación intelectual se encontraba Edoardo al dejar Pavía –tras haber leído su tesis sobre la anatomía y la embriología de la hipófisis– y volver a Milán para cumplir el servicio militar. Por lo tanto, el episodio del moribundo es la culminación de un paulatino proceso y el momento a partir del cual Gemelli acoge definitivamente a Dios en su alma. Y sin tardar.
El 9 de abril de 1903, Jueves Santo, recibe la Primera Comunión en la basílica de San Ambrosio y decide abrazar la vida religiosa. Dada su formación, lo lógico hubiera sido ingresar en la Compañía de Jesús o en la Orden de Predicadores, él mismo explicó que «tan fuerte era mi amor por el seráfico san Francisco que me decanté por la Orden de Frailes Menores». El 17 de julio de ese mismo año recibió el hábito de Terciario Franciscano. Por si acaso, decide entrar el noviciado franciscano de Rezzato sin anunciar a su familia el rumbo que ha tomado su vida, sabiendo que no aceptarían, llegándose a hablar de un intento de secuestro. Acertó: cinco años después, sus padres no asistieron a la ordenación sacerdotal de quien ya se llamaba Agostino.
El sacramento fue un revulsivo para el apostolado de un Gemelli, cuya habilidad consistió en saberlo combinar con una intensa labor intelectual centrada en los campos de la psicología, la histología y la fisiología. Y también al servicio de la fe: en 1909 defendió con ahínco la escolástica ante la Sociedad Filosófica Italiana. Tan bien lo hizo que san Pío X le invitó al Vaticano y le ayudó a poner en marcha la Rivista di Filosofia Neo-Scolastica. Ese mismo año su trabajo sobre los milagros de Lourdes a la luz de la ciencia desató la ira de la masonería. Con todo, hubo que esperar al final de la Primera Guerra Mundial –en la que ejerció tanto de médico como de capellán– para ver los inicios de su primera gran obra espiritual, las Terciarias Franciscanas del Reinado Social de Sagrado Corazón, asociación de laicas consagradas. La rama masculina nació, con la colaboración de Giorgio La Pira «Se puede renunciar al mundo […] sin necesidad de entrar en un convento», escribió Gemelli. Esta realidad eclesial –aún viva– no hubiera sido posible sin el concurso de Armida Barelli, su compañera de tantas luchas y declarada venerable por Benedicto XVI.
Otra idea les rondaba en la cabeza: la creación de una universidad católica con vocación de vivero de élites. Su objetivo inequívoco era situar al catolicismo en el centro de la vida pública italiana. La previsión –resultó acertada– era la siguiente: se estaban dando pasos –los que se dieron durante la Guerra fueron agigantados– que conducían a la inevitable reconciliación entre la Santa Sede e Italia. Por lo tanto, había que anticiparse. Los trámites comenzaron en 1920 con la creación del Instituto Toniolo cuya legalización civil corrió a cargo del filósofo liberal Benedetto Croce, en su calidad de ministro de Educación. La canónica llegó al año siguiente mediante el breve apostólico Cum semper, rubricado por Benedicto XV y la bendición de la capilla, en 1921, estuvo presidida por el cardenal Achille Ratti, futuro Pío XI (que en 1935 nombraría a Gemelli presidente de la Pontificia Academia de las Ciencias). Así nació la Universidad Católica del Sagrado Corazón, pilar principal del legado espiritual e intelectual de Gemmelli, que fue su primer rector, además de desempeñar la cátedra de Psicología. A día de hoy, sigue siendo la principal universidad católica del mundo.
Gemelli y los judíos
Sus comienzos, sin embargo, coincidieron con la consolidación del fascismo y su consiguiente deriva hacia el absolutismo de Estado, que limitaba las libertades públicas en general y las de la Iglesia en particular. Antes este escenario complicado, la actitud de Gemmelli –encaminada siempre a la defensa de los intereses de la universidad– fue, según la mayoría de historiadores, algo ambigua: si bien se negó a firmar el manifiesto de adhesión que el régimen sugirió a todos los catedráticos de Italia, alegando la naturaleza no estatal de la Sacro Cuore, constan colaboraciones puntuales del franciscano con la policía política incluso después del deterioro de las relaciones entre Iglesia y Estado, corroborado en 1931 por la publicación de la encíclica Non abbiamo bisogno. Incluso hay algún escrito suyo que siembra alginas dudas que sobre su visión de los judíos. Bien es cierto que se han documentado casos de clara solidaridad de Gemelli para con judíos perseguidos, como Liselotte Salzer –que terminó haciéndose carmelita–. Como tampoco hay que olvidar su total obediencia a Pío XII, cuando este le ordenó que no colaborase de ningún modo con la República (fascista) de Saló, el Estado fantoche creado por Mussolini tras ser derrocado en 1943.
Con todo, de un análisis riguroso y objetivo de la vida de Gemelli se desprende que esas controversias no empañan el gigantesco legado del gran científico cuya obra se desarrolló al amparo de la piedad franciscana y con una devoción genuina a la Virgen María y al Sagrado Corazón. «Amó por encima de todo a la Iglesia, la gran familia gobernada por la Verdad y la Caridad». Son palabras del cardenal Giovanni Battista Montini pronunciadas en la homilía de las exequias de fray Agostino Gemmelli hace 60 años.
José María Ballester Esquivias
Imagen: Agostino Gemelli, en el teleférico, en el Carso, en 1916.
(Foto: Archivio generale per la storia dell’Università Cattolica
del Sacro Cuore, Sezione fotografica)