Reflexión “sobre la fraternidad universal”.
(zenit – 5 oct. 2020).– “El esfuerzo por construir una sociedad más justa implica una capacidad de fraternidad, un espíritu de comunión humana”: con este primer tweet del sábado 3 de octubre de 2020, el Papa Francisco entregó una primera clave de su segunda encíclica social – y política – Fratelli tutti que firmó en Asís ese mismo día, al final de la Misa celebrada en la tumba de san Francisco, en la cripta de la Basílica.
Junto a “una sociedad más justa” insiste en la “fraternidad” y la “comunión humana”. Esto es, dice el Santo Padre en su Encíclica, una “reflexión sobre la fraternidad universal” (286).
Francisco publicó un segundo tweet en el que invita a “reflexionar” y “reaccionar” con las palabras clave de “fraternidad” y “amistad social”: “Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras”. Un tweet en forma de denuncia de las “diversas y actuales formas de eliminar o ignorar a los demás”.
La amistad social aparece “unas quince veces en el texto”, que aboga por una profunda “bondad”: el amor se convierte en una fuerza política.
De las sombras a la esperanza
De hecho, la encíclica parte de una constante sin concesiones (Capítulo 1: “Las sombras de un mundo cerrado”), pero no sin “esperanza”, en el contexto de una pandemia “sin fronteras”. Cabe destacar un párrafo titulado “la ilusión de la comunicación”.
El segundo capítulo propone la luz del Evangelio del Buen Samaritano sobre esta observación: “Un extraño en el camino” que propone un “prójimo sin fronteras” y dejarse desafiar por “el extraño”.
El tercer capítulo “Pensar y gestar un mundo abierto” propone el modelo de un “amor universal” como fuerza motriz del “derecho de los pueblos”.
El cuarto capítulo aporta una dialéctica entre lo local y lo universal: “Un corazón abierto al mundo entero”. En otras palabras, el Papa anima a partir desde el corazón y desde la apertura para pensar en la sociedad post-pandémica.
El quinto capítulo trata sobre “La mejor política”: en este sentido, la encíclica social es también eminentemente política, y aquí también propone el amor como motor de la política, no de manera ingenua, sino a través del discernimiento, un diagnóstico en el que se habla del populismo y el liberalismo. El universalismo que se propugna no es la uniformidad, porque “las diferencias generan conflictos, pero la uniformidad genera asfixia”.
El sexto capítulo aborda un tema muy querido por el Pontífice, el del diálogo como motor social: “El diálogo y la amistad social”. Aboga por la cultura del “encuentro” y la “amabilidad” como antídoto a la “crueldad”: “La amabilidad es una liberación de la crueldad que a veces penetra las relaciones humanas, de la ansiedad que no nos deja pensar en los demás, de la urgencia distraída que ignora que los otros también tienen derecho a ser felices”.
En el séptimo capítulo, el Obispo de Roma propone “caminos”, a partir de “la verdad”, para construir la paz, como “artesanos”, en la dinámica del perdón (¡fuerza política!), de la memoria, con el rechazo de la pena de muerte y de la “injusticia de la guerra”.
La Declaración de Abu Dhabi
El octavo y último capítulo subraya el papel de las religiones “al servicio de la fraternidad en el mundo” y recoge la llamada de Abu Dhabi.
Porque lo que el Papa Francisco destaca en la introducción es el vínculo entre esta encíclica y el aniversario de la visita de san Francisco de Asís al sultán egipcio Malik-el-Kamil (1219) y su propia visita a los Emiratos Árabes Unidos, con la Declaración sobre la Fraternidad Humana, firmada con el gran Imán Ahmad Al-Tayyeb el 4 de febrero de 2019 “para recordar que Dios ‘ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos’”. Otros líderes religiosos – judíos, budistas – también firmaron la declaración.
Francisco explica cómo la Encíclica desarrolla los fundamentos de esta Declaración y tiene en cuenta sus ecos: “No se trató de un mero acto diplomático sino de una reflexión hecha en diálogo y de un compromiso conjunto. Esta encíclica recoge y desarrolla grandes temas planteados en aquel documento que firmamos juntos. También acogí aquí, con mi propio lenguaje, numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el mundo”.
Universalidad evangélica
Para el Papa una de las claves es la universalidad, pero la universalidad evangélica, en un lenguaje capaz de llegar a todos: “Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.
Así, después del diagnóstico, la declaración (cap. 1), el modelo evangélico (cap. 2), los cap. 3-8 proponen un “camino”. Recordando los traumas de la historia, en primer lugar, la Shoah, pero también los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Subrayando la importancia del perdón, sin olvidar: “El perdón no implica olvido. Decimos más bien que cuando hay algo que de ninguna manera puede ser negado, relativizado o disimulado, sin embargo, podemos perdonar”. Porque “los que perdonan de verdad no olvidan, pero renuncian a ser poseídos por esa misma fuerza destructiva que los ha perjudicado”.
Siempre concreto, el Santo Padre también propone modelos de fraternidad universal, desde san Francisco a Carlos de Foucauld (1858-1916), incluyendo a Martin Luther King, Desmond Tutu y Gandhi.
El Pontífice dedica incluso un párrafo entero al ermitaño de Tamanrasset, beatificado por Benedicto XVI en 2005 (fray Carlos “nos invita a la fraternidad universal”), y sobre su ejemplo termina el documento: “su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano”. “En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano y pedía a un amigo: ‘Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos” (…). Él deseaba, en definitiva, ser “el hermano universal”. Pero “solo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén”.
En 2016, Francisco marcó el centenario del asesinato del monje francés. Un milagro reconocido el pasado mes de mayo debería permitir ahora su canonización.
La encíclica, que es realista, anclada en la lectura de la situación del mundo, en la figura del Buen Samaritano y en estos ejemplos cristianos, se despliega y termina con la “Oración al Creador”, una “Oración Cristiana Ecuménica”.