El periodista y escritor polaco Włodzimierz Rędzioch recuerda ese dramático momento para la historia de la Iglesia y de la humanidad
(ZENIT – Roma).- El 13 de mayo de 1981 todo el mundo se detiene. El papa Juan Pablo II ha sido víctima de un atentado en la plaza de San Pedro. Nadie sabe si va a morir o sobrevivirá, ni quién le ha disparado y por qué. El resto es historia. De ese dramático momento para la Iglesia y de la humanidad, ha hablado con ZENIT Włodzimierz Rędzioch, periodista y escritor polaco, desde hace casi cuarenta años residente en Roma. Escribe para el semanario Niedziela y es autor de Junto a Juan Pablo II (Ares, 2014), recopilación de entrevistas a personalidades ilustres que conocieron de cerca al Pontífice polaco. Entre ellos el papa emérito Benedicto XVI, cuyas únicas declaraciones publicadas en un libro después de su renuncia, han sido precisamente las de Rędzioch.
¿Qué hacía el 13 de mayo de 1981?
–Włodzimierz: El 13 de mayo de 1981 era para mí un día de trabajo normal en las oficinas del Osservatore Romano. Estando en el periódico vaticano seguía también la actividad del Papa. Para él era una jornada intensa: ese día Juan Pablo II había instituido el Pontificio Instituto para estudios sobre matrimonio y familia y había recibido en audiencia privada al famosísimo genetista francés Jérôme Lejeune con su mujer, con quien había tenido una comida amistosa.
¿Dónde estaba cuando fue el atentado contra el Papa?
— Włodzimierz: La tarde del 13 de mayo acompañé a mis amigos polacos a la plaza de San Pedro para la audiencia general, pero no me quedé con ellos: me quedé en la sombra, bajo la columnata, para disfrutar el espectáculo de la plaza llena de gente alegre que esperaba a Juan Pablo II. A las 17.00, desde el Arco de las Campanas, bajo la fachada de la Basílica de San Pedro, salió el jeep blanco del Papa y comenzó a dar la vuelta a la plaza. El Pontífice se movía lentamente entre la multitud de brazos alzados de los fieles que llevaban banderas, pañuelos y cámaras de fotos. En un determinado momento, Juan Pablo II tomó en brazos a una niña con un globo: le dio un besó y se la dio a sus padres. En este momento sucedió una cosa extraña: todas las palomas que estaban en la plaza se alzaron en vuelo; enseguida vi movimiento entorno al coche del Papa, que se dio la vuelta y regresó hacia el Arco de las Campanas.
¿Qué pensó?
— Włodzimierz: Yo, como todos los fieles reunidos en la plaza, no sabía exactamente qué había pasado. Pero de boca en boca corría una voz tremenda: “¡Atentado! ¡Atentado!” La gente lloraba, se desesperaba, o se quedaba callada. Se veían personas arrodilladas en oración, porque muchos creían que el Para había muerto. Durante la audiencia de aquel fatal 13 de mayo 1981, Juan Pablo II tendría que haber pronunciado una catequesis, en la que, hablando de María, afirmaba: “Ella conocía la alegría más íntima y profunda que conlleva a la tristeza y a la prueba más terrible. Así sucede para cada uno de nosotros; y la alegría se alterna con el dolor, mezclando en nuestras vida rosas y espinas”. Pensaba ese día que también mi vida había llegado al momento dramático y de prueba terrible: había dejado mi país, mi familia, mi carrera profesional para venir a la Roma de Juan Pablo II y dar mi pequeña contribución a este “pontificado polaco”, pero en ese momento me pareció que todo había terminado.
¿Qué sucedió en la plaza después del atentado?
— Włodzimierz: La gente no recibía ninguna noticia porque todos los organizaciones de la audiencia y los vigilantes vaticanos desaparecieron. Afortunadamente en esos momentos dramáticos, en la plaza se encontraba el padre Casimiro Przydatek, responsable del Centro para los peregrinos polacos, que se acercó al micrófono y comenzó la oración del rosario: la gente rezó y cantó. Algunos de los presentes habían traído de Polonia como regalo para Juan Pablo II una copia del icono de la Virgen de Czestochowa. El padre Casimiro la tomó y la apoyó en la butaca vacía del Papa. Después me fui a la Casa para los peregrinos polacos a dos pasos de San Pedro. De camino me detuve en la Sala de Prensa del Vaticano, ya llena de periodistas. Todos estaban muy preocupados, también porque al principio el padre Panciroli, responsable de la Sala de Prensa, había hablado de la posibilidad de la perforación del páncreas del Santo Padre. En la Casa Polaca me puse delante de la televisión que transmitía en directo desde el hospital Policlínico Gemelli. Por la televisión me enteré que la ambulancia llegó al hospital en tiempo récord, por eso la operación comenzó a las 17.55. Las condiciones del Pontífice eran graves, por eso don Stanislao dio al Papa la absolución y la unción de los enfermos. Me quedé delante de la televisión hasta las 23.30, cuando llegó el comunicado médico del profesor Castiglioni, que informó a los periodistas que la operación había tenido resultado positivo, añadiendo: “Hemos hecho todo lo que se podía hacer. Ahora toca esperar”. El diagnóstico era todavía reservado. Fue una larga noche de espera marcada por la oración y las reflexiones.
En su opinión, ¿quién organizó el atentado y quién armó la mano de Ali Agca?
— Włodzimierz: Obviamente seguí el proceso de Ali Agca y, como todos, me preguntaba quién le mandaba. Hablaba de este tema con muchas personas. Un día me encontré con el card. Andrzej Maria Deskur y le pregunté qué pensaba de varias “pistas” sobre los que habían ordenado el atentado. El cardenal, amigo fraterno de Juan Pablo II, me respondió: “Sabes que la noche del 12 de mayo, el Papa, como todos los sacerdotes, durante la oración de la noche leía el pasaje de la Carta de san Pablo: ‘Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar’. Entonces es obvio que ha sido el diablo quien quería ‘devorar’ a Juan Pablo II, pero para mí es indiferente qué ‘mano’ ha usado”.
En ese periodo usted era muy cercano al grupo de colaboradores de Juan Pablo II. ¿Qué pensaban? ¿Qué decían?
— Włodzimierz: Las palabras del cardenal Deskur dan a entender que el Papa y sus colaboradores miraban al atentado desde la perspectiva escatológica. Juan Pablo II durante su segundo ingreso en el Gemelli, en el mes de julio, pidió llevar consigo el sobre con el texto original del “tercer secreto de Fátima” escrito por sor Lucía, porque se dio cuenta que el día en que habían intentado matarle era el aniversario de la primera aparición de la Virgen. Desde ese día, cuando el Papa hablaba del atentado siempre decía: “Una mano ha disparado y otra ha guiado la bala”. Un día, el cardenal Dziwisz dijo: “El atentado es el misterio, que a pesar del drama que hemos vivido, tratamos de ver en la perspectiva de los diseños de salvación de la Divina Providencia”. Por eso no podemos separar el evento del atentado de las apariciones de la Virgen en Fátima que comenzaron precisamente el 13 de mayo. Por este motivo, Juan Pablo II quiso que la bala de la pistola de Agca, que hubiera cambiado la historia de la Iglesia y del mundo, fuera colocada en la corona de la estatua de la Virgen de Fátima.
¿Qué piensa del proceso de Ali Agca?
— Włodzimierz: Las investigaciones se hicieron mal, todos lo reconocen. Por ejemplo, se habla oficialmente de dos disparos; sin embargo, Arturo Mari, el fotógrafo del Papa, está convencido de que escuchó cuatro. Tampoco el proceso aclaró mucho sobre quiénes mandaban sobre Agca. Sin embargo no todos saben que en Polonia, el Instituto de la Memoria Nacional desarrolló sus propias investigaciones. El procurador Michał Skwara y el histórico Andrzej Grajewski publicaron un libro con los resultados de sus investigaciones y búsquedas. De estas, resulta que los instigadores directos de Ali Agca fueron los servicios secretos de la Bulgaria comunista. Ellos le dieron la pistola y el dinero.
Los investigadores polacos escucharon a un ex oficial del Ministerio de la Seguridad Pública de Alemania comunista, Günter Bohnsack, que les informó que en marzo de 1983 el coronel Jordan Ormankov de los servicios búlgaros hizo una visita a los compañeros alemanes para organizar una acción de desinformación para cubrir “la pista búlgara” del atentado. Los servicios alemanes movilizaron a sus hombres en la Alemania Federal y en Austria: estos, haciéndose pasar por nacionalistas turcos comenzaron a inundar las agencias de prensa y los consulados de amenazas pidiendo la liberación de Ali Agca. Se hacía de todo para unir su persona con los ambientes del extremismo turco en la Alemania Federal y Turquía.
Pero los investigadores polacos no tienen dudas de que los servicios secretos búlgaros no podían actuar por sí solos, sin el consentimiento del poderoso KGB ruso. Quisiera recordar un documento del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética de 1979 donde manda al KGB oponerse la política del “papa polaco” con todos los medios, incluso las acciones de desinformación y desacreditación.
¿Descubriremos un día quiénes fueron los principales instigadores de Ali Agca?
— Włodzimierz: Quizá dentro de 10, 20 o 50 años cuando se pueda acceder a ciertos archivos, que hoy son inaccesibles.
Antonio Gaspari