PRIMERA LECTURA
No quedará impune quien atente contra el ungido del Señor
Lectura del primer libro de Samuel 26, 2.7-9.12-13.22
En aquellos días, Saúl salió y bajó al desierto de Zif con tres mil hombres elegidos de Israel, para buscar allí a David. David y Abisay fueron, pues, de noche hacia la tropa. Saúl estaba acostado, durmiendo en el centro del campamento, con su lanza clavada en tierra, junto a la cabecera. Abner y la tropa estaban acostados a su alrededor. Abisay dijo a David: “Dios pone hoy en tus manos a tu enemigo. Así que déjame que lo clave en tierra con la lanza de un solo golpe; no tendré que rematarle”. Pero David le dijo: “No lo mates, porque no quedará impune quien atente contra el ungido del Señor”. David tomó la lanza y la cantimplora de la cabecera de Saúl y se fueron. Nadie los vio, ni se dio cuenta, ni se despertaron, pues todos dormían, ya que el Señor había hecho caer sobre ellos un sueño profundo. David pasó al lado opuesto y se detuvo a lo lejos en la cumbre del monte; Había entre ellos un gran trecho. David dijo: “Aquí está la lanza del rey. Que uno de los muchachos venga a recogerla. El Señor distribuirá a cada uno conforme a sus méritos y su lealtad; él te puso hoy en mis manos, pero yo no he querido hacer daño al ungido del Señor”.
SEGUNDA LECTURA
El nuevo Adán es espíritu que da vida.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 45-49
Hermanos: Como dice la Escritura: Adán, el primer hombre, fue creado como un ser con vida. El nuevo Adán, en cambio, es espíritu que da vida. Y no apareció primero lo espiritual, sino lo animal, y después lo espiritual. El primer hombre procede de la tierra y es terrestre; el segundo procede del cielo. El terrestre es prototipo de los terrestres; el celestial, de los celestiales. Y así como llevamos la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celestial.
EVANGELIO
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso
Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Pero a vosotros que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian. Al que te hiera en una mejilla ofrécele también la otra, y a quien te quite el manto no le niegues la túnica. Da a quien te pida, y a quien te quita lo tuyo no lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten a vosotros. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a quienes les aman. Si hacéis el bien a quien os lo hace a vosotros, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente. Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; así vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno para con los ingratos y malos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y Dios no os juzgará; no condenéis, y Dios no os condenará; perdonad, y Dios os perdonará. Dad, Dios os dará. Os verterán una buena medida, apretada, rellena, rebosante; porque con la medida con que midáis, Dios os medirá a vosotros.
COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL

David respeta la vida de Saúl no por una generosidad personal hacia su enemigo, sino por respeto y temor del Señor. Mas que un gesto piedad, aunque también lo sea, es un acto de fe, de sumisión a la voluntad de Dios y sus representantes (el “ungido del Señor”), por más indignos que sean. Como vemos en este texto, es esta fe la que mueve a actuar con justicia y, más allá de la justicia, con misericordia.
A la luz de la fe podemos entender las palabras de Jesús hoy, que se nos antojan humanamente imposibles. El mandado del amor a los enemigos, con toda la ristra de consecuencias que lleva aparejadas (hacer el bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen, orar por los que nos persiguen, dar son pedir a cambio…) no es una exigencia moral de imposible cumplimiento, una utopía por encima de nuestras fuerzas. De hecho, si miramos a nuestros enemigos como lo que son, las palabras de Jesús nos resultan inaceptables, incluso repulsivas.
Pero es que Jesús nos está invitando a mirar en otra dirección, a elevar nuestra mirada hacia Dios, nuestro Padre. Es nuestro Padre, que nos da la vida y nos ama, pero nosotros, en la medida en que nos dejamos arrastrar por el pecado en cualquiera de sus formas, nos convertimos en sus enemigos, enemigos entre nosotros y enemigos del mismo Dios. Por eso Jesús ha venido a nuestro mundo: a enseñarnos a mirar de otra manera: a Dios como Padre (y no solo como legislador y juez), a los demás, a la luz de la fe en la paternidad de Dios, como hermanos (reales o potenciales).
Al mirar a Dios comprendemos que es Él el que ama a sus enemigos, el que nos ama a nosotros cuando nos hacemos sus enemigos, el que nos hace el bien cuando hacemos el mal, el que derrama sobre nosotros sus bendiciones, cuando nosotros nos la pasamos maldiciendo, el que nos da en abundancia, sin esperar nada a cambio. Y, de hecho, nos da lo máximo que puede darse: se nos da Él mismo en su Hijo Jesucristo. Y en este don que podemos ver, escuchar y tocar, descubrimos que Jesús es realmente el Hijo de Dios, porque es parecido a su Padre, su viva imagen (su imagen visible), que hace de su existencia una pura entrega por amor, hasta dar su propia vida en la Cruz, pidiendo el perdón para sus verdugos.
Cuando contemplamos a Dios Padre mirando a Cristo, comprendemos que esas palabras que nos escandalizan y nos parecen de imposible cumplimiento, ya se han cumplido, porque es eso lo que Dios hace con nosotros por medio de Cristo. Y comprendemos además que viviendo así (tratando de vivir así) hacemos justicia a nuestra verdad más profunda: estamos hechos para el amor, porque hasta los pecadores se aman entre sí, se ayudan y se prestan, si bien es verdad que lo hacen de manera sectaria, parcial, interesada, afectados como están (estamos) por el pecado. Lo sabemos por experiencia: esas expresiones de amor a los más cercanos no son infalibles; cuántas veces los más cercanos y queridos se convierten nuestros enemigos, a veces sólo temporalmente, otras, por desgracia, de manera permanente. Incluso el amor humano más inmediato necesita ser redimido. Y esto lo conseguimos cuando comprendemos (no de manera solo teórica, sino viva, existencial) que Dios es nuestro Padre. Al mirarlo así, nuestra necesidad de ser amados y nuestra capacidad de amar se libera y se abre a todos, porque adquirimos y llevamos en nosotros la imagen del hombre celestial, la imagen de Cristo. Y no solo, descubrimos esa imagen en todos los seres humanos, cercanos y lejanos, amigos y enemigos, porque al mirar a Dios como Padre, descubrimos que son hermanos nuestros, llamados como están a ser también hijos en el Hijo.
Como David, iluminados por la fe, vemos más allá de las apariencias inmediatas, de las filias y las fobias espontáneas, y descubrimos al “ungido del Señor”, a Cristo, en cada uno de nuestros semejantes. Amar a los enemigos es, a la postre, el mejor modo de ir acabando con la enemistad entre los hombres.
“Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso”. En Cristo Jesús la misericordia de Dios Padre se ha derramado con abundancia sobre nosotros. Y nosotros estamos llamados (Jesús nos llama hoy con insistencia) a ser administradores generosos de esa misericordia de Dios para bien de todos.

Desde San Petersburgo (Rusia)
JOSÉ MARÍA VEGAS
Sacerdote claretiano español y filósofo